Compartir

LLEIDA. Alt Urgell, montañas de recuerdos

Alt Urgell es la segunda comarca más extensa de Cataluña y una de las menos pobladas. Mucha tranquilidad, pues, para andar y pedalear por las montañas del Alto Pirineo y de la sierra del Cadí. Pero también arte románico y museos que recuerdan los viejos oficios. El río Segre, que antaño movió molinos y fábricas, hoy es compañero de juegos y de viaje.




Alt Urgell (en Lleida) es la segunda comarca más extensa de Cataluña y una de las menos pobladas. Mucha tranquilidad, pues, para andar y pedalear por las montañas del Alto Pirineo y de la sierra del Cadí. Pero también mucho arte románico y muchos museos que recuerdan los viejos oficios. El río Segre, que antaño movió molinos y fábricas, hoy es compañero de juegos (piragüismo, rafting, hidrospeed…) y de viaje.

Por Andrés Campos (Revista Viajeros, nº166)

Pocos trabajos habrá en el mundo más antiguos y seguros que el de obispo de La Seu d’Urgell: es la única silla obispal catalana que ha estado ocupada sin cesar desde tiempos de los visigodos hasta nuestros días. Ha sobrevivido a todo, incluso a la invasión musulmana. La Seu es la Sede. Sin obispo, no sería La Seu. El de contrabandista de tabaco es también un trabajo de larga tradición en estas montañas fronterizas con Andorra, una actividad que cada vez va a más gracias a (o por culpa de) la crisis. Otros viejos oficios, sin embargo, no han corrido la misma suerte: a los molineros, a los bataneros, a los almadieros y a los neveros se los llevó la riada del progreso, como el Segre se lleva todo por delante, puentes y pueblos enteros, cuando se sale de madre.

Ocho pequeños museos del Alt Urgell atesoran los restos melancólicos de esa debacle profesional. Integran lo que se conoce como la Ruta de los Oficios de Ayer: una buena excusa para recorrer una comarca que, además de un importante legado etnográfico, conserva más de un centenar de monumentos románicos y se presta a infinidad de actividades al aire libre, particularmente adrenalínicas las que se practican en las aguas bullidoras del Segre, el padre (a veces temible, a ratos guasón) de este país.


La Catedral, el claustro y el Beato

Lo lógico es empezar visitando la capital de la comarca, La Seu d’Urgell, y dentro de ella, su monumento más señero e impactante, la Catedral (ver guía práctica descargable), que es del siglo XII y la única cien por cien románica de Cataluña. Nos llaman la atención los capiteles del claustro, con unos personajes mofletudos en cuclillas que semejan (salvando las distancias) figuras mayas, y ya en el Museo Diocesano, la sala dedicada al Beato de La Seu, una de las contadas copias del famoso códice lebaniego que hay en el mundo, de valor incalculable. Sólo el moderno facsímil que nos sacan para que le hagamos fotos cuesta seis mil euros. Por cierto, que la mejor foto de la Catedral es la que se obtiene desde los balcones del Espai Ermengol (ver guía), el museo de la ciudad.

Los martes y los sábados, la calle Mayor y la paralela de los Canónigos, ambas porticadas y de fuerte sabor medieval, se abarrotan de puestos de frutas y productos artesanos. Es una buena ocasión para comprar el queso de L’Alt Urgell y La Cerdanya (con denominación de origen), así como la longaniza, la secallona, la bringuera, los bulls, las butifarras y las mil otras delicias que se embuten en estos valles. Al final de la misma, descubrimos la biblioteca de Sant Agustí, un edificio acristalado inserto audazmente en una iglesia en ruinas del siglo XVI; y bajando por las escaleras de L’Adobería, el Parc Olímpic del Segre (ver guía), que se construyó para los Juegos de Barcelona, con un canal de aguas bravas para descender en raft o kayak y un remonte mecánico para facilitar después el ascenso. Así da gusto remar, siempre cuesta abajo.


Dos nidos de águilas: Arsèguel y Calvinyà

En La Seu preguntamos cuál es el pueblo más bello del contorno, y gana, por unanimidad, Arsèguel, que está a 14 kilómetros yendo por la carretera de Puigcerdà. Al verlo en lontananza, recortándose sobre un airoso espolón contra las moles calcáreas de la sierra del Cadí, de más de 2.600 metros de altura, decimos que, en efecto, es un lugar precioso, pero que en invierno debe de correr un biruji que afeita. En este municipio hay dos museos: el del Acordeón, en el mismo pueblo, y abajo, en el río, la Fábrica de Lanas (ver guía), con máquinas propias del siglo XVIII movidas por las aguas del Segre. Otro bonito nido de águilas es Calvinyà, un pueblo que se escalona sobre una empinada ladera a 6,5 kilómetros al norte de La Seu. Casi la mitad de las casas de Calvinyà forman parte de Cal Serni (ver guía), alojamiento rural, restaurante y museo del Payés, cuyo propietario, el entusiasta e hiperactivo Josep María Troguet, no sólo cocina, guía visitas e imparte talleres varios, sino que se autoabastece con productos de su granja y vende el sobrante (más de 70 artículos) en una tienda de época.


Al suroeste de La Seu, pegado prácticamente a la ciudad, se encuentra Montferrer. La Antigua Harinera (ver guía), de 1911, nos recuerda a las grandes moliendas industriales de Castilla, y es que este valle pirenaico fue antaño más agrícola que ganadero, más cerealista y vinícola que lechero. Pero las vacas ya tampoco son negocio y, por eso, en el vecino núcleo de Aravell han cambiado los pastos por los greenes. Hay un campo de golf de 18 hoyos (ver guía), una coqueta casa rural encima mismo del campo de prácticas, Era de Cal Gol, y un hotelito, Mas d’en Roqueta, con pistas de paddle e impecable restaurante de cocina de montaña. A donde no han llegado estos refinamientos es a Castellbò, que aunque comparte municipio con Aravell y Montferrer, está escondido en un vallejo lateral, apiñado como un castro ibérico sobre una peña, entre un puente medieval y una iglesia excesiva para estas soledades.
Lo más fino es el taller Sunkha (ver guía), un destartalado caserón paredaño con el templo, donde Salvador Ulldemolins elabora perfumes y aceites esenciales cociendo las plantas del lugar en un alambique de cuando reinaba Carolo. Con su larga barba, sus botellas y sus serpentines, Salvador parece, más que un perfumero, un destilador de bourbon del lejano oeste.


Dinosaurios en el Segre

Bajamos nuevamente al Segre y, ya sin separarnos de él, recorremos la mitad sur de la comarca atravesando varios cañones donde los escaladores ponen a prueba sus difíciles habilidades. Bordeamos el Cogulló, la Montaña Mágica de Organyà, óptima para lanzarse en parapente (ver guía), y enseguida nos plantamos en Coll de Nargó, donde se nos acumulan las visitas. Aquí está el Museo de los Raiers (ver guía), dedicado a los bravos almadieros, los precursores del rafting. Está la iglesia románica de Sant Climent, chiquita y encantadora, como sacada de un Nacimiento, con una torre de evidente influencia islámica (cuerpo inferior piramidal y ventanales con arco de herradura). Está el museo de los Dinosaurios (ver guía), en el que se exhibe la mayor nidada de estas criaturas gigantes hallada en Europa: 28 huevos de titanosaurio, del tamaño y la forma aproximados de un balón de rugby, que una mamá enterró en este valle hace 70 millones de años, poco antes de que un meteorito fulminara a todos sus congéneres. Y está Forn Reig (ver guía), un horno de leña de antes de la guerra donde, entre otras muchas cosas ricas, hacen panes de payés de tres kilos y unas cocas dulces de un metro de longitud que, por cuatro euros, te solucionan los desayunos de toda la semana.

Otro cañón, éste vigilado desde las alturas por sendas ermitas románicas, da paso al municipio de Oliana. Atravesando el pueblo nos topamos con una extraordinaria fuente pública, en la que escupen el agua unos cabezudos de muy artística traza y de la que no se dice ni pío en Internet (¡qué raro!). De lo que sí se habla en la red es del Pozo de Hielo (ver guía) que hay a las afueras, un monumental depósito subterráneo de piedra en el que se mantenía la nieve invernal bien apisonada para luego poder hacer sorbetes o conservar alimentos. Era un sistema complicado, sí, pero más lógico que comprar el hielo en una gasolinera, como hoy hace mucha gente. El siglo XX acabó con los neveros, otro oficio de ayer. A cambio (veamos el pozo medio lleno) se ganó otro museo.

Más experiencias seleccionadas para ti