Lo primero es subir a presentar nuestros respetos al padre Teide, tomando el teleférico que lleva hasta los 3.555 metros de La Rambleta y siguiendo luego el sendero Telesforo Bravo hasta los 3.717 metros y 98 centímetros del pico. Para esto último hay que tener el corazón sano, calzar algo más robusto que unas chanclas y solicitar un permiso con bastante antelación, porque son tres los millones de personas que visitan cada año el parque nacional y el acceso a la cima está limitado a 200 diarias. Una forma sencilla de obtener el pase es reservar en Parques Nacionales. Y, más fácil todavía, dejar que se ocupe la empresa de senderismo Gaiatours que ofrece el plan completo, con transporte y guías profesionales, por 75 euros.
Otro plan imprescindible, y nada caro, es pernoctar en el Parador de Las Cañadas del Teide. Quizá no sea de los mejores de la cadena, pero está en un lugar difícil de creer, al pie del majestuoso pico volcánico, rodeado de roques colorados y rodales de tajinastes penachudos. Es el único hotel en muchos kilómetros; de hecho, no hay otro en el parque nacional. Y también el único restaurante, porque la cafetería del teleférico, a efectos gastronómicos, no cuenta. A la hora de cenar, en este paraje casi sagrado, manda la tradición: vieja, puchero tinerfeño, conejo en salmorejo… Y, claro está, papas y gofio hasta decir basta. De postre, leche asada, huevos moles y… estrellas. ¿Qué estrellas? Pues los millones que pueden verse gracias a este aire seco e impoluto, procedente de las capas altas de la troposfera; a que las nubes forman un disciplinado rebaño bajo nuestros pies y a que no hay una farola en 15 kilómetros a la redonda.
Sí, el Teide es un buen lugar para ver las estrellas (el sexto mejor del mundo, según los astrónomos) y un decorado muy apropiado e inspirador, con sus paisajes marcianos y sus flores de aspecto alienígena. Astroamigos invita a contemplar este cielo perfecto usando un telescopio grandecito, de 250 mm., con posicionamiento automático. Los participantes, ocho como máximo, han de abrigarse bien, pues las temperaturas bajo cero son frecuentes y es preferible viajar a Tenerife con un plumífero que andar por el Teide como un maquis, envuelto en una manta del hotel. La actividad cuesta 25 euros y se desarrolla en el observatorio de Izaña, a 24 kilómetros del Parador.