De Norte a Sur, Chile ofrece un menú que permite a los sentidos experimentar un viaje a medio camino entre lo lisérgico y lo bucólico. Como platos principales, el Desierto de Atacama y la Patagonia, ambos suficientemente interesantes para protagonizar un banquete por sí mismos. Entremedias, les propondremos disfrutar de las mieles de la Región de los Lagos y de las bondades del Valle Central. A menos que dispongan de suficiente tiempo, no se atraganten con esta comilona ya que es preferible deleitarse a fondo con uno de ellos.
Atacama, el espectáculo de la Nada
Debido a una serie de coincidencias geográficas y climáticas –la latitud, anticiclones, corrientes provenientes de la Antártida, la barrera natural de los Andes, etc.– se considera al Desierto de Atacama como el más árido del Planeta. Es un territorio vasto por su extensión y basto por su tosquedad. Tratar de abarcarlo por completo es una misión harto complicada; en cambio, se pueden descubrir muchas de sus virtudes si uno se circunscribe al área en torno a San Pedro de Atacama que sirve como campo base a mucho de los visitantes que por aquí deambulan.
Para llegar, lo más lógico es tomar un vuelo desde Santiago. De esta manera, tras más o menos dos horas de viaje, uno puede aterrizar en Calama y empezar la aventura. Si dispone de cierto tiempo puede aprovechar su paso por esta ciudad para entender la importancia de la minería en la economía nacional. El cobre es la razón de ser de este enclave, argumentación que es fácilmente comprensible cuando se descubre la cercana mina de Chuquicamata, una gigantesca hondonada que asemeja un abismo o, quizás, la huella de un meteorito proveniente del espacio. Por cierto, sepan que Atacama, aparte de contar con aires selenitas, es un lugar privilegiado para el estudio de estrellas y planetas y, por ello, aquí se alzan dos megaproyectos de observación del cosmos.
Desde Calama hay que tomar la Ruta 23 y recorrer alrededor de 100 km para llegar a San Pedro de Atacama, un oasis en el altiplano. Aquí encontrará una curiosa atmósfera, mezcolanza de retazos hippies con clichés turísticos, que ha atrapado a más de uno que, en principio, solo se hallaba de paso. Pero lo que lo convierte en algo realmente especial son sus alrededores. Pasamos ahora a proponerles las excursiones más típicas que nos ayudarán a entender la singularidad de este enclave preandino.
A muy pocos kilómetros, nos toparemos con una de las principales atracciones, el Valle de la Muerte. Nos hallamos en las estribaciones de la Cordillera de la Sal, donde los movimientos de la tierra, viento y agua han jugado a crear escenarios un tanto surrealistas. Yeso, arcilla y sal configuran unas formaciones que, a veces, parecen haber sido modeladas por manos artísticas; pero no, sólo son meros caprichos de la Naturaleza. Y todo un espectáculo a nuestros ojos. No es extraño continuar hasta otro valle, esta vez bautizado como el de la Luna que, como podrá imaginar, huele a astro de las mareas. Es un lugar inhóspito donde la sola idea de tener que vivir aquí sobrecoge pero, en cambio, si uno se deleita con un atardecer, con Los Andes teñidos de naranja como telón de fondo, probablemente lo recuerde para el resto de sus días.
Una jornada seguramente le toque madrugar, pero no se arrepentirá, ni mucho menos, de haberle robado unas horas a Morfeo. Hay que recorrer casi 100 km para alcanzar los famosos Géiseres del Tatio, un campo geotérmico donde los chorros de vapor se elevan impetuosos, pareciendo también competir por ver cual es el más poderoso. Sus sonidos, los volcanes de los alrededores y la espectacularidad de estos fenómenos hacen justicia a la fama del enclave. Después, para relajarse, puede darse un baño en alguna de las piscinas termales de los alrededores. En el camino de regreso puede detenerse y conocer un pueblo atacameño: Machuca. Hasta hace poco casi despoblado, su ritmo cardíaco está recobrando vitalidad gracias al impulso del turismo.
Atacama se puede abordar de maneras muy diversas. Los adictos a la adrenalina pueden surfear en las laderas de los volcanes, disfrutar de cabalgatas o, incluso, contratar los servicios de alguna agencia especializada para sobrevolar el desierto y su amalgama de colores. Nosotros dejamos la aventura para la Patagonia y aquí nos dedicamos a los tours aptos para todos donde no podía faltar nuestra siguiente propuesta.
Las lagunas altiplánicas es uno de los destinos más típicos que debería conocer. Prepare sus tarjetas de memoria ya que pondrá a prueba sus dotes artísticas con la cámara. El recorrido más habitual suele realizar paradas en la población de Socaire –famosa ahora por su gastronomía y, antaño, por el oro de sus minas– y en las Lagunas de Miscanti y Meñiques. Estos dos últimos parajes naturales forman parte de la Reserva Nacional Los Flamencos, donde se puede observar un buen catálogo de avifauna, siempre acompañado de este mágico escenario de volcanes y montañas. No podemos dejar este universo de personalidad marcada sin internarnos en el Salar de Atacama. Aquí apreciará las diferentes tonalidades de las costras de sal y no sería extraño que reflexione sobre la irrealidad de lugares como la Laguna Chaxa que desborda vitalidad a pocos kilómetros de otros donde su ausencia es lo más destacable.
Y todavía podríamos continuar la descripción un buen rato más. Se nos ha quedado en el tintero numerosos rincones donde en la Nada surge algo que parece el Todo. Afortunadamente la pena por haber obviado sitios que merecen la pena se nos olvidará pronto:
Queda mucho Chile por descubrir.
Cruzar Los Andes en barco
No perdamos mucho tiempo en desplazamientos. Dirijámonos de nuevo a Calama para tomar un vuelo de escala hacia Santiago. De ahí, otro rumbo a Puerto Montt. Nuestro objetivo: disfrutar de las bondades de la Región de los Lagos. Cabe reseñar que nos vamos a enfrentar a a parajes donde el agua y el verde son protagonistas, y que presumen de una extensa infraestructura turística. Si en el desierto y en la Patagonia a veces hace falta cierta preparación, ya que en algunos puntos la improvisación no es muy recomendable, aquí podremos dejarnos querer y agasajar con tranquilidad. Entre las distintas opciones, nos decantamos por el parque nacional más antiguo de Chile: el Vicente Pérez Rosales.
Muchos salen huyendo de Puerto Montt y deciden tomar como campo base Puerto Varas. Parece una decisión sabia. Desde esta última localidad ya se intuye la magnificencia de estas coordenadas. Aquí uno puede, ni más ni menos, navegar entre Los Andes. Sí señor. De lago en lago y siempre rodeado por volcanes, es posible alcanzar la frontera argentina tras un viaje que atonta por su belleza –trayecto que alterna el autobús y el barco–. Pero no todo es contemplación, también es un lugar idóneo para los deportes de aventura. Se puede, por ejemplo, practicar la escalada y el esquí en el Volcán Osorno, formación que destaca por la perfección de su cono. También es muy llamativa la figura del conocido como Puntiagudo que, como imaginarán, de achatado no tiene nada. Como decíamos, lucen aún más espléndidas escoltando masas lacustres, como el Lago de Todos los Santos. Una excursión muy recomendable es el ferry que lleva de Petrohué –donde hay que acercarse a conocer sus llamativos saltos de agua– a Peulla, localidad que escenifica con esmero esas virtudes de la región en la que nos encontramos. Dependiendo de sus gustos y tiempo disponible, le dedicará más o menos atención a este paraíso chileno, pero es muy recomendable regalarse dos días como poco para su disfrute.
La Excelencia: la Patagonia
En la Patagonia todo es colosal, exacerbado e, incluso, antagónico. Puede resultar un edén bucólico y paradisíaco, pero puede ser al mismo tiempo agreste, ruda y realmente inhóspita. No es lo mismo para el turista que pasea por los cómodos senderos del Parque Nacional Torres del Paine que para el gaucho que ha convivido desde siempre con los casi eternos vientos que peinan la pampa en la Isla Grande de Tierra de Fuego. Nosotros tuvimos la suerte de palpar, en cierta manera, su dos caras. Y por ello nos sentimos un tanto afortunados.
Durante la primera parte del viaje acompañamos a los participantes de una de las carreras deportivas más extremas del circuito internacional: la Wenger Patagonian Expedition Race. Partiendo de Punta Arenas, donde iniciamos una agradable relación con los corredores españoles, los diferentes integrantes del evento comenzaron su aventura.
Esta gente, llegados de todos los puntos del Planeta, para mí que son de otra galaxia. Por delante tenían centenares de kilómetros que debían surcar remando, pedaleando, avanzando entre la incómoda turba y tupidos bosques, cruzando ríos y formaciones montañosas tan míticas como la Cordillera de Darwin… El esfuerzo fue encomiable y su espíritu de superación, todo un ejemplo a seguir. Todavía hoy me pregunto si el cansancio no les impedía admirar los parajes que surcaban. Y es que el área austral de la Patagonia es casi inigualable.
Atravesamos la planicie de la pampa, donde el paisaje sólo se veía alterado por los diferentes grupos de guanacos y las estancias donde todavía sobrevive algún recio gaucho. Disfrutamos también, tras haber dado buena cuenta de una trucha salmonada recién pescada en el Lago Despreciado, de un cielo tan tachonado de estrellas que parecía un espejismo, como el Lago Deseado junto al que acampábamos. Conocimos de primera mano el problema creado por los castores, fruto de la desafortunada introducción de dicha especie exógena. Caminamos entre la tundra que rodeaba al enorme Lago Fagnano y comprobamos la bravura del Río Azopardo. En este punto tuvimos que despedirnos, con cierta desazón, de la carrera. La razón era poderosa: conocer otros lugares con mejores accesos e instalaciones más desarrolladas. Si quiere usted vivir su propia aventura en Tierra de Fuego es buena idea informarse en Karukinka, una plataforma impulsada por la Wildlife Conservation Society para su preservación y desarrollo sostenible. Recuerde que aquí deberá estar preparado para los imprevistos y que las distancias entre los diferentes puntos de avituallamiento son extensas.
El Parque Nacional Torres del Paine, el más visitado de toda Sudamérica, es un espectáculo de granito, glaciares, lagos y cascadas. Apabullante como pocos, dispone de muchas facilidades para la visita, sobre todo durante su verano. Aquí hallará alojamientos de lujo en entornos que son una oda al bucolismo. Dispondrá también de una serie de refugios y campings repartidos con acierto por las rutas más típicas –la más famosa es la denominada W que permite descubrir muchas de sus virtudes en 3 ó 4 días–. Otra opción es alojarse en Puerto Natales y desde ahí contratar una excursión de un día. Una de ellas es realmente recomendable. Se trata de navegar por el Fiordo Última Esperanza para posteriormente remontar el Río Serrano en Zodiac y pasar una tarde en el archifamoso paraje natural.
Nosotros probamos esta alternativa y, a pesar de haber podido disfrutar un día más de sus virtudes, la experiencia nos resultó corta...
Volveremos, sin duda, a la Patagonia.