La llegada en avión, con la imagen de Santiago encajonado entre los Andes, quita el hipo. De camino al hotel ya comienzas a notar el vaivén de esta ciudad que, desde hace unos años, vive a otro ritmo. Aquí han brotado sin mesura rascacielos y centros comerciales, incluyendo uno de los malls (o moles) más grandes de Latinoamérica (el Costanera Center, ubicado en el barrio de Providencia). Por supuesto, eso crea un skyline con cierto encanto urbanita. En todo caso, no cuenta con un patrimonio arquitectónico de primera (la culpa es, principalmente, de los terremotos). En cambio, encontraremos barrios animados, interesantes propuestas de ocio y el incipiente desarrollo de una nueva etapa en su gastronomía. En definitiva, sigue evolucionando, tanto en su fisionomía como en sus divertimentos. Es, además, la puerta de entrada y salida del país, perfecta para descansar antes de lanzarse a conocer las maravillas de Chile.
En nuestro caso, nos vamos a acercar hasta la Araucanía, a intentar ver cómo viven los mapuches en la actualidad y a disfrutar de los volcanes y lagos que les han acompañado desde hace siglos.