Poco más de una hora gasto para llegar a San Martín de Valdeiglesias. Según me voy aproximando se respira otra calma, van bajando las pulsaciones, va subiendo la expectación. Supongo que todo a mi alrededor tiene algo que ver con este estado; he salido de la urbe y llego a un entorno apabullante, ávida de conocer, ver, oler, probar, probar, probar...
Al entrar en la bodega me encuentro con un grupo encantador que está visitando hoy la bodega. Me encanta esta coincidencia porque, al final, en su gran curiosidad se encuentra la información más interesante y, además, con ellos tengo intención de hacer un buen Coupage para disfrutar más el día de hoy. Entre el grupo, es fácil intuir donde está Rafa.
La historia de Rafa y Elena no es la más común en el mundo del vino. Ellos no llevan toda su vida cuidando viñedos, no lo han heredado de sus padres y sus abuelos, creo que ni tan siquiera han visto "Un paseo por las nubes"... Sí, les gusta el vino, pero a mi también y tan sólo visito bodegas, pruebo vinos, compro el que me gusta y, a veces, comparto una opinión. Es mucho más que eso. Hay bodegueros que han crecido entre viñedos, corchos y barricas y no llegan a trasmitir esa pasión en su relato. Si no lo sientes, no lo trasmites. Esto es así de simple y de complejo a la vez, pero una verdad absoluta. Rafa y Elena tienen esa verdad. Me gusta pensar que todos tenemos un talento innato, algo que no es académico, que está ahí latente y que no siempre se descubre, pero cuando esto sucede, es digno de admiración tomar la valiente decisión de volcar y traducir las habilidades adquiridas con la experiencia en algo que te apasiona y que, además, te reconforta compartir. Por todos estos motivos, si un día tu jefe, tu madre o tu pareja te envía a tomar un vino y caes por Tierra Calma, te recomiendo que no pierdas detalle, te gustará todo lo que escuches, veas y cates.