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Textos y fotos Lydia Rodríguez
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Madrid. De la tierra, el vino y la calma

En la sierra oeste de Madrid, la tierra quiso fundirse con el clima en un baile perfecto y quiso participar en esta fiesta el rio Alberche, regando el valle de San Martín de Valdeiglesias con el mimo suficiente para que la garnacha hoy nos dé estos momentos y estos vinos. Tierra Calma nos muestra y nos demuestra los motivos por los que no puede ser más acertada la elección de su nombre. 

"No tienes el día muy inspirado -me dice mi jefe-, igual te hace falta tomarte un descanso y un vino..."

¡No hay debate! No se le discute al jefe.

Recuperar mi creatividad es algo importante, por lo que, igual, ese vino no es en el bar de enfrente como, seguramente, esté pensando el jefe...

evito dar pistas, cojo mi cámara y salgo

Sentada en el coche y pensando hacia dónde dirigirme, empecé a valorar... Si me guío por mis raices (mitad gallega y mitad gata), me viene al paladar la frescura de la Treixadura, la variedad Mencía, la de Godello, ese Albariño, ese que, en nuestra época más traviesa, pedíamos en tierras de Ribeiro.... Buenos recuerdos, pero distancia poco factible (la dejaré para otra recomendación del jefe). Mi parte más madrileña me recuerda que en Madrid hay excelentes vinos. Sí, cierto que la vid crece en distinto terroir, pero también yo lo hice y ni tal mal..., porque el lugar donde creces, es una de tantas partes que nos componen y nos definen de una forma refleja, nos van forjando hacia un carácter único, como le sucede a los vinos de Madrid.

En la cumbre de mi reflexión, me acordé de una buena amiga y su adorable insistencia al recomendarme visitar una bodega ubicada en San Martín de Valdeiglesias. No tendré el día "en plan creativo" -como dicen los más jóvenes-, pero pinta a que "me va a rentar". ¡Decidido!, ¡vamos a conocer Tierra Calma!. 

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donde reposa el vino

Poco más de una hora gasto para llegar a San Martín de Valdeiglesias. Según me voy aproximando se respira otra calma, van bajando las pulsaciones, va subiendo la expectación. Supongo que todo a mi alrededor tiene algo que ver con este estado; he salido de la urbe y llego a un entorno apabullante, ávida de conocer, ver, oler, probar, probar, probar...

Al entrar en la bodega me encuentro con un grupo encantador que está visitando hoy la bodega. Me encanta esta coincidencia porque, al final, en su gran curiosidad se encuentra la información más interesante y, además, con ellos tengo intención de hacer un buen Coupage para disfrutar más el día de hoy. Entre el grupo, es fácil intuir donde está Rafa.

La historia de Rafa y Elena no es la más común en el mundo del vino. Ellos no llevan toda su vida cuidando viñedos, no lo han heredado de sus padres y sus abuelos, creo que ni tan siquiera han visto "Un paseo por las nubes"... Sí, les gusta el vino, pero a mi también y tan sólo visito bodegas, pruebo vinos, compro el que me gusta y, a veces, comparto una opinión. Es mucho más que eso. Hay bodegueros que han crecido entre viñedos, corchos y barricas y no llegan a trasmitir esa pasión en su relato. Si no lo sientes, no lo trasmites. Esto es así de simple y de complejo a la vez, pero una verdad absoluta. Rafa y Elena tienen esa verdad. Me gusta pensar que todos tenemos un talento innato, algo que no es académico, que está ahí latente y que no siempre se descubre, pero cuando esto sucede, es digno de admiración tomar la valiente decisión de volcar y traducir las habilidades adquiridas con la experiencia en algo que te apasiona y que, además, te reconforta compartir. Por todos estos motivos, si un día tu jefe, tu madre o tu pareja te envía a tomar un vino y caes por Tierra Calma, te recomiendo que no pierdas detalle, te gustará todo lo que escuches, veas y cates. 

donde reposan las uvas

¡Definitivamente, hoy es mi día de suerte! No sólo nos encontramos a 700 metros de altura, también con un atardecer que nos regala unos colores que, sutilmente, se van posando sobre la tierra contrastando con el verde de la vid y llenándolo todo de vida. Atentos al relato de Rafa en nuestro paseo, que es el relato de la paciencia y la perseverancia pero también del inconformismo y de una filosofía basada en la pasión por el campo. De igual forma que crece un retoño mimado, el viñedo de Tierra Calma hace lo propio y, tras varias incorporaciones, alcanza una extensión total de 17 hectáreas, que dan manto a la variedad garnacha y albillo real. Toda la uva que crezca a partir de este suelo granito es cuidado de una forma ecológica, lo que le da una cierta complejidad, pues la elección del punto óptimo de maduración debe ser muy preciso, cuando esta fase está resuelta, la uva es vendimiada a mano y seguirá un proceso minucioso hasta su fermentación natural.

No quiero privar al experto de compartir los detalles de todo este camino hasta el producto final (el spoiler no está bien visto). Considero más acertado ir a conocer este resultado a su espacio de catas.

Donde reposan las visitas

¡Y llegó el momento!. Junto al viñedo, se puede percibir un espacio único rodeado de pura naturaleza serrana. "Si es aquí donde voy a probar sus vinos -pensé-, a mi ya me han conquistado". Efectivamente, Tierra Calma ha diseñado un lugar para presentar sus retoños que coincide con el que yo habría diseñado en mi imaginación. Todo un acierto que, me atrevo a predecir, nos dará muy buenos momentos en esta colorida tarde.

Inaugura este desfile de Denominación de Origen Madrid, un "Albillo Real" 100%. Esta variedad aporta notas de frutas blancas a este blanco procedente de viñedos viejos que ha reposado durante 3 meses en barrica de roble francés. Su "Rosé" esta elaborado en su totalidad por garnacha, variedad que pasa directamente a prensa, algo que carga a este rosado de una gran frescura y todos los aromas propios de los frutos rojos. Pasamos a los tintos con "Cyster", un 100% garnacha con 6 meses de crianza, que rinde homenaje a los pioneros en el cultivo de la vid de la zona; los monjes cistercienses. Con 9 meses de barrica y un granate intenso se presenta "Las Cabreras", un garnacha muy equilibrado que ha crecido en la parte más alta del valle, a más de 1300 metros. Y para cerrar el espectáculo, conocemos "La Nava", procedente de la parte más especial del viñedo del cual toma prestado su nombre. Vides luchadoras de más de 60 años, asentadas en suelo de granito a un metro de profundidad, lo que se traduce en un vino con caracter y personalidad.

Lo cierto es que siempre cuesta despedirse de un entorno así y de tan grata compañía, pero hace poco escuché que "el visitante cortés ni llega cinco minutos antes, ni se marcha dos horas después". Nuestra educación nos sugiere despedirnos de Tierra Calma, de Rafa y Elena, de este grupo que encontramos hoy por casualidad y emplazarnos a un nuevo encuentro porque, siempre nos quedará un vino por catar.

donde reposa el dia

Nuestra visita a San Martín de Valdeiglesias se ha alargado más de lo previsto. Una cata de vinos no combina bien con la carretera y lo más prudente es hacer noche aquí. Siguiendo una recomendación, nos acercamos al pueblo por si continua nuestra buena racha y Gema nos da alojamiento en uno de sus apartamentos de la Hacienda La Coracera.

Entramos en un edificio de más de 250 años que fue segunda residencia de la burguesía de aquella época y que, curiosamente, recibe ese nombre por un error de transcripción de su antiguo propietario; D. Enrique de Corcuera y Menéndez. Hoy, completamente restaurado y respetando las alturas originales, ofrece un espacio de alojamiento dispuesto en amplios y luminosos apartamentos con una decoración muy cuidada. Como no podía ser de otra forma, también dispone de una bodega en la que se ha creado un ambiente muy acogedor para el servicio de restaurante y en el que podemos encontrar una amplia carta de vinos de la zona (entre otros, también localizamos a nuestro anfitrión de hoy). Aunque no se pudo conservar el jardín original, si se conserva su patio, convirtiendóse en un lugar ideal para empezar el día con un buen desayuno.

Esta noche reposamos aquí el día, tenemos muchas cosas para rememorar, anotar y compartir. Despues de todo, es el principal objetivo de estas líneas y es una suerte poder hacerlo alojada en un edificio del siglo XIX, con todo el encanto que eso conlleva.

"Se llama Calma y me costó muchas tormentas. Se llama Calma y cuando desaparece…., salgo otra vez en su busca”

No creo que Tierra Calma fuese la musa del Dalai Lama, aunque se me antoja como muy apropiado porque, sus palabras nos enseñan a apaciguar las preocupaciones para apreciar el presente y, justamente, es lo que hemos conseguido en el día de hoy, conectar con la tierra, su calma y sus vinos. 

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Texto y fotos: Lydia Rodríguez

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