La piel de Lanzarote es, a veces, moteada de grandes manchas de lava dura y rugosa como las escamas de un dragón que escupe fuego y, otras veces, sedosa y dorada en las arenas de sus preciosas playas. Entre esos extremos aparecen aguas transparentes, cuevas que guardan tesoros, pequeños bosques mágicos y prehistóricos y acantilados misteriosos.
LANZAROTE. Paraísos entre volcanes
A la incomparable isla de Lanzarote, un volcán la creó hace millones de años y otro volcán le dio forma hace casi 300 años. Un volcán la posee hoy y desde cualquier lugar de la isla se hace presente con sus decenas de cráteres. Por cada uno de ellos respira como un dragón enterrado y llena la isla y sus cielos de un ambiente mágico y especial.
Aunque desde cualquier lugar de la isla veas y sientas la presencia de los volcanes, sus dominios más abrumadores se extienden por el suroeste, en el Parque Nacional de Timanfaya con sus Montañas de Fuego y el Parque Natural de los Volcanes. Cuando en 1730 se produjo la erupción del volcán la lava que brotaba se apoderó de esta zona y solo permite a los cráteres resaltar sobre su manto negro. La lava exterminó cualquier forma de vida. Casi dos siglos después algunos líquenes verdosos y pequeños arbustos de flores de vivos verdes, amarillos y rojos pintean la inmensa llanura oscura dando tonos diferentes a cada cráter. Los diferentes minerales que salieron de la barriga del volcán pintan las calderas de los cráteres con rojos, marrones chocolate, ocres en toda su gama, verdes y, como no, negros.
Reptiles y aves han hecho de este parque su hogar demostrando que la vida se abre paso en hábitats que nos parecen imposibles.
Una buena ruta entre volcanes no deja tus sentidos indiferentes. Las formas de las coladas de lava parecen esculpidas por caprichosos artistas barrocos dentro de las calderas. El suelo se ondula como el cercano mar, grandes rocas que son bombas escupidas por el volcán están solas en la mitad de la explanada.
Tanto la visita guiada a Timanfaya como el recorrido que puede hacerse por libre en el parque natural de los Volcanes son imprescindibles.
Montaña colorada, Montaña Rajada, caldera blanca, montaña Cuervo, Caldera del Corazoncillo, islote de Hilario, Volcán Colibrí, nombres evocadores de formas y colores que la respiración salvaje de los volcanes dejó impresos en el terreno.
Cuando la lava ardiente se encontró con la frialdad del océano quiso ser caprichosa y regalar dos espectáculos naturales pegados pero muy diferentes. Los Hervideros y El charco los Clicos. Los hervideros son grandes cuevas que formó la lava al ser enfriada por el océano. Auténticas fauces donde la lava son los colmillos y por donde se cuela el agua en chorros verticales que parecen hervir.
Al lado, el fenómeno contrario. Todo es paz en El charco los Clicos o Lago Verde en el Golfo. Una laguna formada en lo que era un cono volcánico ahora partido por la mitad y mirando al mar donde podrás alucinar con los colores que el atardecer le saca al agua esmeralda del lago y a las rocas que le guardan la espalda. Un atardecer colorido y emocionante.
Más hacia el sur se formó otra laguna en el lugar que ocupaba el antiguo puerto del Janubio. Siglos después de que el volcán lo destrozara en la erupción de 1730, las gentes de Lanzarote emparejaron la laguna con unas salinas. Las Salinas de Janubio ponen contrastes de colores por todas partes. Del blanco de sus montones de sal a los pardos y rojos de sus charcas con sus formas geométricas, a lo ondulado de las montañas y a los colores pardos del terreno. Al caer el día, el sol espejea en las charcas y dibuja siluetas de nubes en las montañas que la rodean.
El manto de lava cubrió mucha tierra alrededor de los conos volcánicos. Y más allá llegó la cubierta de lapilli (lapillus, en latín: «pequeñas piedras). Picón se llama en Lanzarote. Piedrecitas negras vomitadas por el volcan que, al depositarse, le darían al valle de La Geria su belleza especial y a sus habitantes su medio de vida. Colores verdes de plantas estallan sobre negro pintando todo el valle y siguiendo un patrón marcado por lo que el ser humano consiguió cultivar en tan peculiar y complicado suelo. Con mimo y mucha voluntad crecen los frutales, higueras y sobre todo vides. Las viñas de la Geria son lo que más destacan en el valle. Los vinicultores excavan un hoyo en el suelo de picón para cada planta y la rodean de su propia muralla de piedras para protegerla de los traviesos vientos alisios y para provechar cada gota de agua que cae y que se recoge en la piedra porosa del fondo del hoyo.
Las viñas dominan y ponen el color verde chillón sobre el negro lomo de las laderas de los conos y del interior de los mismos. Son un espectáculo delicado que quienes trabajan y habitan las viñas te sabrán transmitir en cualquier bodega de las que ofrecen su vino. La variedad mayoritaria de uva es la malvasía que entrega unos vinos blancos dorados y afrutados muy sabrosos y no faltos de alegría etílica en sus efectos.
La carretera que atraviesa culebreando el valle y las que conducen a sus pequeños pueblos son perfectas para ir despacio recreando la vista en los colores diversos del paisaje.
Mas al norte, por la costa occidental, el volcán parece darse un respiro en su dominio de la tierra. Ahora el mar, las playas y los riscos toman el protagonismo.
De camino a la playa de Famara un paseo por el centro de Teguise es un respiro entre tanta naturaleza desatada. La antigua capital de la isla hasta 1847 mantiene un señorío y un ambiente en sus calles y plazas donde el color blanco dominante en los edificios de la isla mezcla con los colores de la roca volcánica y verdes y azules. Gran ambiente con numerosas tiendas en un centro histórico de precioso paseo.
La playa de Famara es una amarillenta alfombra de área finísima a los pies de la muralla espeluznante que es el Risco y los acantilados con los que comparte el nombre.
Si el día está nublado, el sol calca la forma de las nubes en las laderas de los acantilados y la espuma del mar llena el ambiente de un nebuloso brillo creando un efecto de paz. Si estás allí en un día soleado y despejado el color azul turquesa del mar reta al amarillo vivo de la arena y nos sitúa mentalmente en lugares más tropicales. Como los picos de los riscos y las nubes están siempre en plena lucha, lo habitual es que en el mismo día se den los dos ambientes.
Los acantilados de Famara nacen en la playa y se elevan desde ella amurallándola. Después se extienden hacia el norte de la isla hasta su punto más septentrional en Punta Fariones, dando forma de pared vertical a toda la costa. Desde lo alto de este muro de roca se dominan, el mar y la isla de Graciosa por un lado y escondidos valles por el otro. Sería un premio contemplar desde los miradores de estos altos picos el vuelo del guirre, un alimoche autóctono y majestuoso en peligro de extinción.
Tanto la playa como los impresionantes acantilados y La Graciosa forman parte del Parque natural del Archipiélago Chinijo. “Chinijo” es la forma de decir “pequeño” en el habla de Lanzarote. Una cariñosa forma de referirse tanto a los niños como a la isla de La Graciosa y a los pequeños islotes que la guardan la espalda.
Desde lo alto del risco parte una ruta corta pero exigente y muy especial que baja a la playa del Risco situada justo enfrente de La Graciosa. El camino de los Gracioseros. Además de disfrutar con una de las mejores vistas de la isla podrás relajarte con un baño en la playa mientras piensas como los habitantes de La Graciosa subían y bajaban por esa empinada senda cargados con cestas de pescado y otras mercancías de una forma tan normal como tu paseas por el parque.
Los Riscos que se pelean con las nubes dejan un buen número de miradores detienen el discurrir de las nubes que vienen del noreste creadas por los vientos alisios. Aunque no traen mucha lluvia si dejan la humedad necesaria para que en los valles de esta parte de la isla sean más frondosos y pueda ser el verde el olor predominante con parcelas de cultivo y algunos conjuntos arbóreos que tienen en el palmeral de Haría su más hermoso ejemplo.
No creas que los volcanes te han abandonado en tu recorrido. Estás rodeado de cráteres y el suelo que pisas es producto de sus erupciones. Pero aquellos rugidos del dragón se produjeron hace miles de años y esta parte de la isla ya ha tenido la paz suficiente como para que la vegetación y el ser humano la hayan moldeado y convertido en habitable.
Haría es un municipio extenso y aunque dormita tranquila entre palmeras en el fondo de un valle extiende sus dominios hasta la costa del este de la isla. En este lado destaca merecidamente como atractivo turístico el Sitio de interés Científico de los Jameos. En estos tubos volcánicos nacidos en el Volcán de la Corona el techo se ha derrumbado y la luz entra para permitir que veamos cómo se ha formado una laguna interior con agua de mar. Es el hogar de un ser minúsculo y único, el cangrejo albino y ciego de los jameos.
Cerca de los jameos, en esa misma línea de costa han sabido encontrar su lugar entre el suelo de lava fría y rugosa, las finísimas y amarillas blancas de la playa del Caletón Blanco. Es tan acertada la mezcla de suelos que las aguas que allí van a descansar aparecen cristalinas y pacíficas como si vinieran del océano que lleva ese nombre. Una de las playas más diferentes y especial de toda la isla. Entre las rocas y en sus aguas traslucidas y poco profundas nadan peces, camarones y cangrejos que no son nada tímidos.
Para completar el recorrido por los monumentos naturales de Lanzarote y encontrarnos con otro paisaje diferente hay que poner rumbo la sur dejando a nuestro paso las localidades más pobladas de la isla que están en la costa este de la isla. Pero esa vez queremos encontrar lugares donde el hombre sea un espectador, no un protagonista. Vamos buscando un antiguo macizo volcánico guardián y protector de unas playas preciosas. Los Ajaches.
Hace 10 millones de años estas montañas llegaban a los 4000 metros. Pero el tiempo y la lucha con los elementos las han desgastado hasta dejarlas en unos 500. Aun así, sus picos conservan la gallardía de las cordilleras. Están plagadas de áridos y antiguos senderos que comunicaban el interior de la isla con los primeros puertos comerciales en el sur. Sus áridas laderas se cortan súbitamente en acantilados al llevar a la costa y forman calas y playas de gran belleza. Playa del Papagayo, Playa Mujeres, Playa de la Cruz o del Pozo, Puerto Muelas, Caleta del Congrio dan a la punta sureste una personalidad serena en su ambiente, pero vibrante por la variedad y diversidad de sus colores.
Aguas con toda la gama de azules y verdes que igual chocan con rocas granate que van a dormir lentas a calas de sedosa arena dorada. Un paraíso.
Estamos de nuevo en el sur y la vuelta a Lanzarote ha sido completada recorriendo las maravillas que la naturaleza ha ido creando a su capricho en la isla durante millones de años a través del combate de sus fuerzas más poderosas. Los dragones en los volcanes escupiendo fuego desde el centro de la tierra, el océano y los vientos podrían haber convertido el terreno en un desierto. Pero la vida es tenaz y sabe aprovechar cada resquicio para llenar con plantas y animales los espacios más insospechados.
Es Lanzarote un lugar en nuestro planeta muy especial, que ofrece al viajero un despliegue de atracciones turísticas y de oferta hotelera y gastronómica variada y de gran calidad. Sin olvidarnos que fue declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 1993 y la apuesta por el desarrollo sostenible es innegable y reconocible en la actividad económica de la isla.
Esa sensación de estar en un lugar con un alma diferente, es la que se vive durante la estancia y cada vez que recuerdas los días vividos allí. Cada visita a la isla te descubre una visión distinta de lugares que crees conocer pero que siempre regalarán otra luz, otro color, otra cara que no habías percibido y que parecerá incluso más hermosa. Hasta que vuelves y de nuevo se supera.