En la primavera de 2016, el aún presidente estadounidense Barack Obama visitó la Pagoda del Emperador de Jade de la ciudad de Ho Chi Minh. Esa visita, según las estadísticas, incrementó la llegada de turistas norteamericanos al país. Por otra parte, los turistas procedentes de muchos países europeos se benefician de la exención del visado de entrada; y, a tenor de como pintan las cosas en tema de seguridad concerniente a algunos otros países del orbe, el turista opta por elegir otros lugares para pasar sus vacaciones. Vietnam se posiciona en estos momentos como uno de los destinos del sureste asiático más apetecibles. Es el momento dulce de Vietnam. Además, si vamos en los próximos meses de nuestro invierno, tendremos, por añadidura, la temperatura ideal para visitar sus encantos.
A finales de la década de 1970, cuando se apagaron las ascuas de la guerra y los cantos de la victoria motivaron la “renovación del pensamiento”, el Partido Comunista promovió la economía planificada; pero a mediados de los ochenta, las autoridades optaron por cambiar de rumbo y viraron hacia una transición paulatina a la economía de mercado y se abandonó la política de nacionalización para reconocer la actividad privada. El resultado es que, en la actualidad, Vietnam es el país que, después de China, ostenta el mayor crecimiento económico de Asia. Sentadas las bases de comportamiento operativo de sus gentes y yendo a planificar un viaje de placer, empezaré por una recomendación: para recorrer el país lo mejor es comenzar en una ciudad de un extremo y terminar en la otra –sur o norte (consulta un mapa)–, es decir, comprar vuelos multidestino de ida a Hanoi y vuelta desde Ho Chi Minh City, o viceversa.
Hanoi, una ciudad hormiguero
Mi viaje empezó en la capital, Hanoi. Cinco millones de ciclomotores para siete millones de habitantes: espectacular bienvenida. Primer contacto con una ciudad hormiguero que se nutre de vida en cada esquina, y donde los semáforos son una sugerencia ¡y a veces una provocación! Todo sorprende y no cabe la indiferencia. Hanoi representa el alma cultural del país y conserva todavía el encanto de la era colonial francesa. Lo primero que se debe hacer es explorar el laberinto de callejuelas del casco antiguo; después, ir al puente rojo del Sol Naciente, que está en el lago de la Espada Restituida, muy cerca de la ciudad vieja. Todo muy poético y un escenario ideal para el primer selfie. Pero volvamos a las calles de tráfico frenético: para no perderse nada, recomiendo practicar lo que yo llamo turismo yin-yang, es decir: un poco de ruido natural y un poco de sosiego. Con el plano en la mano podemos ir andando (y sorteando motos) hasta el Templo de la Literatura, maravilloso recinto dedicado a Confucio, que destila paz. Hotel, ducha y a preparar otra intensa jornada.
Grupos étnicos y relax en Sapa
El extremo más septentrional del país, fácilmente accesible desde Hanoi por carretera y por tren, está poblado por diversos grupos étnicos que habitan aldeas remotas situadas en altas montañas y rodeadas de pendientes con bancales de arroz y bosques de bambúes, donde la niebla se apodera de las colinas y los valles, dejándonos vislumbrar los rayos de sol a su antojo. El paisaje de Sapa, que es como se llama la región, es un tónico estimulante para el espíritu. Como ofrece la posibilidad de practicar senderismo conoceremos las costumbres de los lugareños, que conservan con orgullo sus tradiciones. Los hmong, red dzao, giay, tay, muong y hao son sus habitantes. La diferencia entre cada uno de estos grupo étnicos está marcada ya de entrada por las llamativas vestimentas tradicionales. Si en Hanoi hemos visto algunos mercados, en Sapa nos llevaremos la verdadera impresión. No hay que perderse el mercado de los sábados de Pha Long, una aldea colindante con la frontera china, donde la realidad de las escenas vividas (y los productos a la venta) no nos dejará impasibles: peculiares lugareños que fuman en pipas estrambóticas y que venden un extraño aguardiente de arroz al que incorporan cobras o testículos de búfalo, tenderetes con carne de perro… Después del trekking, lo mejor es cerrar los ojos y darse un masaje en el Amazing Sapa, un hotel encaramado a una ladera y como surgido del cielo. Relax.
Bahía de Halong y sus 2.000 islas
Halong, la siguiente escapada, es, probablemente, el rincón más popular de todo el país. Está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y considerado una de las siete maravillas naturales del mundo. Es el lugar idóneo para abandonarse a la contemplación. Situada en el Golfo de Tonkín, a dos horas de carretera de Hanoi, la Bahía de Halong acoge un laberinto de 2.000 islas de insólitos relieves y caprichosas formaciones calcáreas. Está habitada por un dragón que duerme en el fondo del mar y que tiene una enorme cola llena de crestas que conforman los islotes que los sampanes sortean con precaución. Los pináculos de piedra forrados de vegetación que surgen del mar moldean un escenario fantasmal al atardecer. La morfología de estas rocas da lugar a infinidad de cuevas y gradas de arena, que contribuyen a crear esa sensación de lugar recóndito, como salido de otro planeta... pero que podemos explorar a pie. De todas formas, lo recomendable es realizar un mini crucero (con noche incluida) para entregarse al impactante anochecer y a la gastronomía vietnamita.
Después de esta experiencia, toca ahora visitar Hué, una ciudad situada en el centro del país y en la que, al haber sido la capital del Imperio durante siglo y medio, se levantó una magnífica ciudadela a imagen y semejanza de la Ciudad Prohibida de Pekín. El penúltimo miembro de la dinastía Nguyen, Khai Dinh, conocido como “el afrancesado” por su simpatía hacia los colonialistas galos, incorporó múltiples influencias occidentales en la arquitectura clásica vietnamita que merece la pena contemplar en este lugar.
Saigón, hora punta
A propósito de los franceses, Ho Chi Minh fue el líder comunista que los derrotó en 1954 y marcó las directrices para unificar el país después de la huida de los americanos. No pudo ver el final del conflicto, ya que murió en 1969, ni cómo su pueblo abrazaba la ansiada paz, pero cuando las tropas norvietnamitas entraron en Saigón en 1975, rebautizaron la ciudad con su nombre en su honor... aunque casi todo el mundo sigue llamándola Saigón. El caso es que en Ho Chi Minh City nos vuelven a saludar los ‘burruños’ de cables en los postes y el tráfico protagonizado por todo tipo de vehículos de dos ruedas pilotados por ‘acróbatas circenses’ en zapatillas y sin casco, con sus tuneadas máquinas cargadas con cualquier cosa hasta los inexistentes topes: gallinas, patos, cerdos, sacos de carbón, ladrillos, fardos de telas, neumáticos, barras de hielo… ¡incluso peces en bolsas de plástico! Nueve millones de habitantes y siete millones de motos: ahí queda eso.
Para encontrar el alma de esta mega urbe, llena de colores y olores, tenemos que dar un paseo por el barrio de Cholon, que cuenta con peculiares templos en los que cualquiera puede entrar (sin descalzarse), ver y fotografiar los juegos rituales que realizan los fieles. La pagoda de Phuoc An Hoi Quan es una de las estructuras más bellas de la ciudad. En la entrada se puede ver la figura a tamaño natural del caballo sagrado de Quan Cong. Siguiendo la tradición, antes de emprender un viaje los viajeros frotan sus crines y hacen sonar la campana que lleva al cuello como símbolo de fortuna. Así que, pruebe su suerte.
Otra pagoda, la consagrada a Thien Hau, la diosa del mar, protectora de los pescadores, es quizá la que atrae más visitantes. Del techo del templo penden espirales de incienso que inundan el recinto de humo perfumado. Idolatría cien por cien. Maravilloso.
Después de las visitas a los templos, no abandonaremos Cholon sin emplear un par de horas más para deambular de un lado a otro por los callejones del mercado de Binh Tay. Solo describir una pequeña parte de lo que allí se vende ocuparía la mitad de este reportaje. Entre todas esas cosas, uno de los objetos que más atrajo mi curiosidad fue los fajos de billetes de banco (dongs, la moneda local; euros y dólares) apilados en montañas y dispuestos para su venta. Naturalmente son imitaciones y se trata de peculiares ofrendas que los vietnamitas queman en honor a sus antepasados. Con este gesto proporcionan a sus ancestros dinero suficiente para vivir holgadamente en la eternidad fantástica. Pues eso: ¡fantástico!
Después de comer y descansar estaremos en condiciones para visitar el Museo del Testimonio de la Guerra, y al que yo preferiría llamar museo del horror, recordando la última palabra de la película Apocalypse Now, cuando tras el fundido final, una voz en off balbucea: “el horror... el horror”. Además de los artefactos bélicos y las famosas fotos sobre la guerra de Vietnam, me impactó un grupo de músicos, situado a la entrada, cuyos miembros eran víctimas de la guerra. Además del arte musical, en un pequeño espacio expositivo ofrecían sus trabajos manuales, entre los cuales podía verse un Papá Noel hecho con cuentas de colores... Y es que ya todo está perdonado...
Por joven que se sea, un viaje a Vietnam trae muchos fantasmas, pero también te insufla muchas ganas de vivir, de viajar y de ser libre. Vida en vena. A veces, Vietnam resulta difícil de contar… ¡mejor vivirlo!
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