Por Tineo llevan pasando peregrinos desde la Edad Media pues es un punto clave del denominado Camino Primitivo desde que Alfonso IX le otorgara la Carta Puebla y se constituyera como paso obligatorio de la Ruta Jacobea. Cerca de aquí, el Monasterio de Santa María la Real de Obona es otro de los hitos destacados de este itinerario. Pero Tineo ya era una localidad importante mucho antes, en época romana. Como en todo el occidente asturiano, las montañas de esta comarca guardan oro en sus entrañas y hasta aquí llegaron los súbditos de los Césares en su búsqueda. Eso marcaría para siempre (¡y de qué manera!) la historia de este lugar…
Montañas que desaparecen
Sí, los romanos influyeron hasta tal punto que incluso llegaron a modificar por completo el paisaje. El pueblo de Navelgas es el ejemplo más claro. El terreno donde se asienta esta parroquia está formado por escombros: los de una montaña entera que desapareció del mapa. Aquí quedaron las rocas y la tierra y el oro se marchó a Roma. Cuesta creerlo pero hace dos mil años aquí cerca había una montaña. Los romanos, que ya habían hecho lo propio unos kilómetros más al sur, en León, en Las Médulas, llegaron hasta el territorio de las tribus astures de los pésicos y echaron abajo la mole maciza utilizando la técnica de ruina montium: primero excavaban canales en la montaña; después introducían madera a la que prendían fuego para calentar y debilitar la roca; y por último inundaban esos canales con agua a presión. El proceso hacía explotar, literalmente, la montaña, y dejaba al descubierto y en trozos manejables las vetas de oro. Y al parecer había mucho, tanto que mereció pasar a la historia recogido en los escritos de Plinio el Viejo, que cita a Navelgas como uno de los lugares de la Península donde más rentable había sido la explotación. Esa historia se puede seguir en el Museo del Oro de Asturias que está aquí, en Navelgas, al lado del río del mismo nombre que es, junto al Yerbo y al Bárcena, uno de los tres cauces auríferos de la comarca. Porque veremos que la fiebre del oro no ha terminado por estos lares, aunque los métodos para buscarlo son diferentes a aquellos que utilizaron los romanos y los utilizados por las modernas explotaciones industriales. Igual que hacían los pésicos, se practica el bateo, es decir, la búsqueda de oro en los ríos removiendo la arena con la ayuda de una batea, una especie de plato grande con ranuras en el interior para filtrar y ‘lavar’ la arena. Bueno, eso desde los años setenta cuando un vecino de la localidad trajo la primera batea de París, porque antes se utilizaban otros instrumentos como paellas o sartenes. La rentabilidad de este sistema es muy baja por lo que más que como medio de vida se ha convertido en un hobbie o una actividad lúdica y deportiva. De hecho, existen competiciones internacionales de bateo en las que participan federaciones de bateadores entre las que está España, claro. Es más, en este año 2015, el Campeonato Mundial de Bateo de Oro se organizó en Navelgas.
El oro y el bolo
Pero volviendo al museo, en él se puede aprender todos los aspectos sobre este mineral que es el quinto metal más pesado de los que se conocen. Descubriremos sus propiedades, esas que no pierde aunque se funda una y mil veces; su simbología (en todas las culturas se identificaba con el dios solar); sus utilidades… y, por último, la historia del oro en Navelgas y en la comarca.
También podemos aprender a batear e incluso llevarnos dos o tres pepitas auténticas a casa… siempre que las encontremos, claro está, pero bueno, contaremos con ayuda. Todavía nos quedará un lugar que visitar: las antiguas minas romanas. Están a la salida del pueblo, en dirección Luarca, y forman parte de un sendero circular que lleva por nombre la Ruta de la Huella del Oro.
Es el lugar donde estaba la montaña a la que hacíamos referencia antes. Aquí, cubiertos ahora por una frondosa vegetación, casi selvática, aún podemos ver los antiguos canales, lavaderos y trincheras subterráneas excavados en la roca hace dos mil años (¡que se dice pronto!) Si no fuera por los árboles y plantas que colonizaron la zona, estaríamos ante un área devastada, un paisaje lunar, lleno de agujeros, socavones y brechas. En el recorrido encontraremos también restos de construcciones tradicionales como las xoxas, una especie de silos circulares hechos de piedra donde se guardaban las castañas. No sé si le pasará a más gente pero después de la visita al museo, con mi imaginación disparada y en mitad de este lugar de donde salió tanto oro, no puedo dejar de mirar cualquier piedra o fijarme en las orillas del río, esperando ver un destello, un centelleo... pero es inútil… en el bosque es la humedad en hojas y piedras lo que brilla con los rayos de sol que se filtran, y en el río son los reflejos del agua… Se cumple al pie de la letra, sin segundas lecturas, el refrán aquel de “no es oro todo lo que reluce”, así que vuelvo sobre mis pasos hasta el lugar donde comenzaba la ruta. Allí hay una bolera y ahora están en plena faena… En la comarca, es muy probable que quien no tenga como afición batear, tenga la de jugar a los bolos. “Hoy el Adrián tomó pócima”, bromea uno de los jóvenes cuando su compañero lanza los bolos por el aire consiguiendo el máximo de puntos. Es una partida de bolo celta o, más concretamente, bolos de Tineo, pues existen muchas variedades de este juego. Al parecer el origen del mismo es, como su nombre indica, celta, traído hasta aquí por peregrinos en su camino hacia Santiago, aunque otra versión más épica lo enlaza con la costumbre de las antiguas tribus locales de dejar secar los huesos de sus enemigos muertos, clavarlos en el suelo y lanzar contra ellos la propia calavera. El caso es que se ha conservado como deporte autóctono y hasta existe una Federación Asturiana de Bolos, con liga oficial y campeonatos de carácter local, regional y nacional. Fascinado con este juego, su espectacularidad, el sonido de la madera al chocar… me quedo para intentar comprender su dinámica. Adrián, Ramiro, Damián, Gaspar, Adriano y los demás siguen con la partida y, al terminar, me llaman: “ahora viene lo mejor de los bolos: ¡el almuerzo!”.
Palacios entre los montes
Otro de los pueblos del concejo cuyo pasado también está relacionado con la explotación del oro es Tuña. Este era lugar de paso entre los valles, así que fue uno de los enclaves por el que desfiló el valioso mineral extraído de las montañas cercanas. La importancia como antigua vía de comunicación se manifiesta en el espléndido Puente del Carral que salva el río Tuña, y las aras romanas dedicadas a los lares viales(dioses protectores de los caminos) que se encontraron aquí. Hoy, el valor de este pueblo (donde, por cierto, nació el general Riego) lo marca su patrimonio artístico y etnográfico: las casonas y palacios se antiguas acaudaladas familias (como los Quiñones, Florez de Sierra, Omaña o Quirós) y las decenas de hórreos y paneras lo convierten en uno de los mejores lugares para disfrutar de la arquitectura tradicional. También se conservan hórreos en el barrio de Cimadevilla de Tineo, al final de la calle Mayor, que fue el eje urbano más importante de la localidad durante la época medieval, por donde pasaba (y sigue pasando hoy en día) el trazado del Camino de Santiago del que hablábamos al principio. No muy lejos de aquí hemos descubierto un llamativo lugar que también guarda relación con la minería: El Arenero. Es una antigua cantera que se ha transformado en un coto de pesca intensiva. Nadie diría que este lago de una hectárea de superficie fue una cantera y, posteriormente, un vertedero ilegal. La recuperación paisajística y medioambiental ha sido espectacular y ahora una asociación de pescadores gestiona este espacio, además de otros proyectos como la limpieza de los cauces de los ríos o campañas de concienciación sobre el entorno fluvial de Asturias y el control de especies exóticas invasoras. Algo similar encontramos en el Museo del Bosque, en Muñalén, donde podemos seguir un sendero de un kilómetro dentro de un bosque para conocer el uso que de él, de forma equilibrada y sostenible, hicieron nuestros antepasados, además de tener una visión más global y ser conscientes de todas las interrelaciones que se dan en este hábitat. Pero, desde luego, si hablamos de bosques y estamos en Asturias, no podemos dejar de visitar (que, además, nos pilla cerca) Muniellos.
El verdadero Dorado
El área que hoy ocupa la Reserva Natural Integral de Muniellos se mantuvo bastante alejada de los vaivenes de aquella fiebre del oro, pero corrió peligro durante el siglo XX cuando los valores económicos e industriales primaban sobre los medioambientales y conservacionistas. En realidad este magnífico bosque de ancianos robles sirvió históricamente como fuente de suministro de madera, pero claro, no es lo mismo extraerla a mano (como se hacía en el siglo XVI) que con las máquinas que irrumpieron aquí tras la revolución industrial. Se cuenta, entre otras muchas anécdotas, que de estos montes salieron las maderas para reparar los barcos de la Armada Invencible y para construir muchos otros navíos en el arsenal de El Ferrol, hasta la década de los setenta del pasado siglo. Hoy, protegido (sólo se permite la entrada a 20 personas al día), es el lugar perfecto para deleitarse con lo espectacular que puede llegar a ser la naturaleza. Elvira Montoya, la guardesa, dice que es la “selva cantábrica” y se emociona hablando de algunos de los ejemplares de árboles que viven en él, como el xardón de la Candanosa, un acebo de más de 30 metros de alto del que bromea Elvira diciendo “que ha perdido la cabeza y se piensa que es un roble”.
Muy cerca, en Monasterio de Hermo, está el mayor hayedo de Asturias, que también ofrece paisajes para volverse loco con la intensidad, variedad y vehemencia de colores. Como Muniellos, es un lugar donde habita el urogallo y el oso pardo, por lo que a menudo hay apasionados de los animales apostados con sus prismáticos y telescopios a la ‘caza’ de los mismos. En esta comarca del Narcea quedan también restos de los yacimientos de las explotaciones de oro romanas: antiguas galerías y el recorrido de la Senda del Oro, similar al que hemos hecho en Navelgas. Pero por aquí, las montañas acabaron destinándose a otros menesteres: con la fundación del Monasterio de Corias, muy cerca de Cangas de Narcea, comenzó a expandirse la viticultura, y de buscar oro en las entrañas de la tierra se pasó a extraer de ella una savia diferente que hoy se destila en pequeñas bodegas cuyos elixires están siendo descubiertos ahora y reclamados en algunos de los mejores restaurantes del país. Los viñedos se dibujan en las laderas de esas montañas, plantados en lugares imposibles, con una inclinación que puede superar los 60 y 70 grados. Viticultura heroica, se llama. Como heroicos fueron los tixileiros, los habitantes de los pueblos de El Bao, Sisterna, El Corralín y Tablado, que fabricaban (y después vendían por toda España de manera ambulante) vajillas hechas de madera. Hoy, el saber y la cultura de estos tixileiros, también llamados cunqueiros, está casi extinguida, pues solo perdura en el pueblo de Trabáu (Tablado). Allí, Víctor, Victorino y Rosa intentan transmitir en el Rincón Cunqueiru toda ese saber ancestral que, desde luego, vale mucho más que el oro que todavía puedan guardar las montañas del occidente asturiano.