Textos y fotos Fernando Pastrana y Revista Viajeros
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SRI LANKA. La isla que huele a canela

Esta Venerable Tierra, que eso significa Sri Lanka, formó parte durante mucho tiempo de la Ruta de las Especias. Ceilán fue codiciada por árabes, portugueses, holandeses e ingleses. Hoy es una isla tropical poblada por gentes afables, en su mayoría budistas, abiertas al turismo.

Huele a especias y a té, a clavo, a cardamomo, a nuez moscada, pero, sobre todo, huele a canela... cada paso un aroma... esta intensidad se siente en Sri Lanka!

 

 

En palabras de Marco Polo, Ceilán (llamada oficialmente Sri Lanka desde 1972) es la isla más bonita del mundo y puede que la más rica, ya que atesora gran cantidad de riquezas naturales (entre ellas, las piedras preciosas) en un territorio no demasiado grande, poco más de 65.000 km2 (dos veces Cataluña). Hoy, ocho siglos después, esta paradisíaca ínsula del Índico sigue siendo una gran desconocida. En buena medida la culpa la tiene su gigantesca vecina, la India, enorme en extensión y en atractivos, por lo que muchos viajeros han preferido ir a Tamil Nadú o a Kerala, y han pasado por alto esta pequeña isla tectónicamente desgajada del subcontinente, al que algún día lejano perteneció, como una lágrima que hubiera caído en el Índico.

Olvidemos el tópico, falso como casi todos, de que Ceilán es muy parecido a la India, merece una visita aparte. Sri Lanka (literalmente, Venerable Tierra o, también, Resplandeciente Tierra) huele a especias y a té, a clavo, a cardamomo, a nuez moscada. Pero, sobre todo, huele a canela desde que bajamos del avión hasta que lo volvemos a coger para la vuelta. Ceilán fue durante mucho tiempo (siglos XVI a XVIII) un hito importantísimo en la Ruta de las Especias que partiendo de Extremo Oriente y las Molucas llegaba hasta Europa. Esto hizo que fuera codiciada por muchos pueblos, desde los árabes a los portugueses, pasando por holandeses e ingleses.
 

Toda la gama de verdes

Se halla a muy poca distancia del Ecuador, por lo tanto su clima es cálido y húmedo. Bien es verdad que existe una época llamada seca, en la que llueve menos y hace más calor (de marzo a junio), y otra húmeda (el resto del año) en la que las precipitaciones son casi diarias y los mosquitos, compañeros perennes del viajero. Pero ni el calor ni los trompeteros deben ser obstáculo para que el turista inquieto se adentre en estas selvas pobladas de elefantes y, dicen, de por leopardos. Ese mismo clima es el culpable de que Sri Lanka posea una vegetación lujuriante con el mayor número de tonalidades de verde que pueda encontrarse.

Es una tierra apacible, fácil de recorrer individualmente, aunque sea recomendable contratar en una agencia local los servicios de un coche con chófer. El cingalés es un ser afable, tranquilo, acogedor. En muchas ocasiones he comprobado cómo la parada inesperada en un poblado es suficiente motivo para que acudan hombres, mujeres y niños con la más abierta de sus sonrisas y te enseñen sus pertenencias, sus casas, sus animales, sus templos. Si el viajero habla alguna palabra de la lengua cingalesa o tamil, mejor que mejor, pero muchos conocen el suficiente inglés como para hacerse entender. Un simple ayubowan, el saludo habitual que puede traducirse como que tengas larga vida, basta para entablar una relación amistosa. A esta afabilidad contribuye en buena medida que el 70 por ciento de sus habitantes practiquen el budismo, religión o, mejor dicho, filosofía de vida, tolerante, pacifista, sosegada, armoniosa...

Atrás quedaron 18 años de guerra civil entre cingaleses (gobierno budista) y tamiles (separatistas hinduístas), zanjados con un histórico acuerdo el 30 de mayo de 2002. También quedó atrás el tsunami del 26 de diciembre de 2004, en el que murieron más de 30.000 personas y que arrasó las costas del sur y del este.


Colombo, la capital

Lo lógico será que empecemos el viaje por la capital, Colombo. No es el punto más atractivo, pero merece la pena visitarla. Aunque no es una ciudad superpoblada (642.000 habitantes), presenta muchos de los aspectos negativos de las grandes ciudades: tráfico intenso, más bien caótico, contaminación, barrios sucios pegados a rascacielos de cristal... pero también lugares atractivos como el viejo barrio de Pettah, un auténtico bazar lleno de puestos, tiendecillas y tugurios en los que se puede fisgar en busca del recuerdo ideal o de la foto curiosa. 

Es interesante el Monumento a la Independencia en memoria de la emancipación del Reino Unido, que se produjo en 1948. Reproduce la sala de una audiencia real del antiguo Ceilán. También resulta atractivo el templo de Gangaramaya, lleno de vida y estatuas policromadas de Buda que muchos turistas confunden con muñecos de feria, olvidando que las esculturas románicas occidentales, por ejemplo, también lucían colores vivos en origen. Muy cerca se halla el centro de meditación Sima Malaka, diseñado hace poco por el arquitecto cingalés Geoffrey Bawa, en medio del lago Beira, al que acuden muchos novios a hacerse fotos.


Sigiriya, la Roca del León

A 169 km de Colombo se encuentra Sigiriya, Patrimonio de la Humanidad desde 1982, el lugar arqueológico donde se hallan las ruinas del palacio del Rey Kasyapa, sobre una gran roca de 195 metros de altitud que se escala subiendo 1.202 peldaños. Sigiriya significa Roca del León, pues el palacio tenía esta forma. Hoy solo se distingue parte de las garras delanteras. A medio camino se encuentran las pinturas al fresco mundialmente conocidas en las que aparecen unas enigmáticas mujeres con el torso desnudo, las únicas pinturas antiguas de Sri Lanka que no tienen una finalidad religiosa. La entrada individual, por cierto, cuesta 15 dólares.
 


Kandy, ciudad sagrada del budismo

La segunda población más grande de Sri Lanka, Kandy, se halla a 116 km. de Colombo. Ciudad sagrada del budismo, está impregnada totalmente por él. Tiene un bello lago artificial en el centro urbano y múltiples templos, entre los que destaca el del Diente de Buda (Dalada Maligawa), en el que dice la tradición que se conserva tal reliquia. Los fieles creen que cuando Buda murió (s. IV a.C) fue incinerado en una pira de sándalo y uno de los pocos huesos que quedó intacto fue su canino izquierdo superior. Después de muchos incidentes, y siempre según la tradición, los portugueses que habían llegado a Ceilán desde Goa se hicieron con el diente al que consideraban un pernicioso objeto de culto supersticioso. Al parecer lo hicieron polvo y luego lo quemaron por orden de la Inquisición. Pero cuando los cingaleses les ofrecieron una auténtica fortuna (700.000 ducados, equivalentes a 2.520 kilos de oro) por la reliquia, no dudaron en venderles un diente de mono. Otra versión dice que lo que se llevaron y destruyeron los colonizadores era el diente de mono, y que la verdadera reliquia permanece a salvo en manos de los monjes budistas. Sea como fuere, una multitud de creyentes y turistas acude tres veces al día, cuando se abren las puertas de marfil de la capilla para intuir, que no ver, la reliquia guardada en una estupa de oro y dentro de siete cajas concéntricas a la manera de las muñecas rusas.

Cuevas de Dambulla

No lejos de Kandy (a unos 70 km) están los templos de Dambulla, otro de los ocho lugares de Sri Lanka declarados por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. La llegada es un poco decepcionante. A pie de carretera se encuentra el Templo Dorado, un monasterio budista moderno cuya estética no hace ascos al más puro estilo kitsch. No nos asustemos, allí se compra la entrada (10 dólares) y después de subir por la montaña 160 metros de escalones llegamos a un maravilloso conjunto de cuevas que contienen más de 150 estatuas de Buda y 1.500 pinturas de todas las épocas, algunas de ellas verdaderas obras maestras, como el enorme Buda reclinado de 15 metros de longitud.



Orfanato de elefantes

Junto con el olor a canela hay otra constante en el panorama cingalés, la presencia de los elefantes. Ya sean de carne y hueso, venerados en templos o representados en la figura del dios hindú Ganesa. Entre los de carne y hueso merecen mención especial los del Orfanato de Pinnewala, establecido en 1978 a unos 40 km de Kandy y donde viven actualmente unos 80 paquidermos que fueron rescatados de la selva huérfanos o enfermos. En realidad es una gran finca de unos 10.000 m2 en los que se pueden ver estos animales hacer su vida cotidiana y acercarse a ellos hasta tocarlos, siempre vigilados por su mahut (cuidador personal). Conviene coincidir en la hora del baño (dos veces cada día) en el río Maha Oya. Este orfanato está concebido como un parque temático con restaurantes y tiendas en las que venden objetos de papelería hechos con bostas de elefante.

La montañosa Nuwara Eliya

Después de tanto calor tropical se agradece subir a la zona montañosa del interior en torno a la ciudad de Nuwara Eliya, donde veranearon los ingleses durante la época colonial. Sus 1.890 metros de altitud le proporcionan un clima fresco ideal para descansar y también para el cultivo del té, otro de los principales atractivos de la isla.
En un principio los británicos plantaron café, pero una epidemia de roya acabó con los cafetales. Fue entonces cuando a un tal James Taylor, que había vivido en la India, se le ocurrió plantar esta hierba en la hacienda Loolecondera. Fue el comienzo de un negocio que hoy ha convertido a Sri Lanka en uno de los principales productores de té del mundo.

 

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