A un buen tirón de carretera serpenteante están otros pueblos de este valle a los que nos dirigimos ahora. El primero con el que nos encontramos es Santa Engracia de Jubera. Desde aquí parte uno de los ocho anillos ciclo-montañeros (bien señalizados, topografiados y documentados) que permiten recorrer a pie, en bici o a caballo las diferentes áreas de los municipios integrados en la Reserva. Siguiéndolo llegaremos, por ejemplo, a las antiguas minas de plomo de Jubera, conocidas también como Túneles de los Moros. Se explotaron durante la década de los años cincuenta del siglo XX; después se abandonaron y ahora se han convertido en un recurso turístico más. Lo mismo ha pasado con el trujal y el molino de viento del valle de Ocón. El primero, que funcionó hasta los años setenta, mantiene intacta la estructura, dependencias y máquinas con las que se elabora el aceite de esta zona, donde hubo una importante producción de aceituna. El molino de viento tiene una historia más curiosa pues se construyó siguiendo los restos de otro antiguo descubierto hace poco. No sólo en La Mancha había molinos de viento: estos estaban repartidos por todos los territorios. Cuando se inventó el de agua, más eficiente, los de viento se abandonaron. El caso es que aquí, en el cerro de los Cuatro Vientos, entre Villa de Ocón y Santa Lucía, se ha reconstruido uno con toda su maquinaria ‘original’, hecha de madera y con las técnicas tradicionales. Las visitas ilustran muy bien del modo de vida de tiempos pasados y, en verano, hasta se recrea el periodo de recolección y cosecha del cereal junto a la molienda.
Como vemos desde el cerro, el paisaje está formado por campos de cereal, dehesas y pequeños cursos de agua. Desde luego no es la estampa que se presenta en la cabeza cuando a uno le mencionan el nombre de La Rioja. La presencia de la vid aquí no alcanza el volumen de las comarcas del norte. Lo que abundan son… las estrellas. La zona de Ocón forma parte de las reservas Starlight, lo que da cuenta de la calidad medioambiental de este territorio, desde la atmósfera hasta los bosques o las huertas. Unas huertas de donde, por cierto, salen la mayoría de los productos que utilizan Blas y Blanca en su restaurante La Alameda. En verano lo abren junto al río y en invierno se trasladan al abrigo del pueblo.