Es imposible viajar a La Rioja y aislarse del mundo del vino. Bueno, tampoco es que se nos haya pasado por la cabeza semejante idea... lo que queremos decir es que hasta el aspecto más insospechado tiene aquí relación con el mundo del vino. Uno de ellos, la arquitectura, será nuestra guía en esta nueva escapada.
Sí, pero debe a los franceses dos cosas esenciales, dos cosas sin las cuales Logroño no sería lo que es. La primera es el vino de calidad, y es que antes de que las técnicas bordelesas se aplicaran en las bodegas logroñesas del general Espartero (el del famoso caballo, que estaba casado con una logroñesa; el general, no el caballo), aquí y en toda La Rioja se hacían unos morapios vastísimos, asaz corpulentos, que no se conservaban ni un año y medio, si es que alguien tenía interés en guardarlos tanto tiempo. La segunda es el asedio de 1521, en el que André de Foix, señor de Lesparre, y 29.999 franchutes más fueron incapaces de rendir a un número considerablemente inferior de locales, los cuales se quedaron contentísimos de su victoria, tanto que aún se celebra con una fiesta, la mayor y más divertida de la ciudad.