Son diferentes, singulares, divertidos y, algunos de ellos, únicos. Visitamos cinco museos de nuestro país en los que estamos seguros de que vais a disfrutar y aprender, que para eso están, ¿no?
"Cuenca es un estado de ánimo"
Colgada y abierta, luminosa, alada, airada, serena y enloquecida, infinita, obsesionante... así calificaba Camilo José Cela a Cuenca, una ciudad en la que callejear se convierte en un arte y en la manera perfecta de aprehender su esencia. ¿Me acompañas a recorrerla?
"Cuenca es un estado de ánimo"
Acabo de escribir esto en mi libreta, sentado junto a una fuente de chorro helado y flemático, frente a una de las hoces que rodean la ciudad. Seguramente no sea una frase original y alguien la haya utilizado ya antes para hablar de otro lugar, pero me ha salido de forma automática, sin esperarla ni ir en busca de artificios. Es lo que sentía. Pero cuando ocurre algo así, yo no puedo seguir adelante sin analizarlo. Entonces, ¿por qué es un estado de ánimo? Me doy cuenta de que cuando recuerdo las veces anteriores que he estado en Cuenca, siempre me veo andando, de aquí para allá. Sí, está el Puente de San Pablo y las Casas Colgadas (que no colgantes, ¡ojo!) y la Catedral… que por sí solos tienen suficiente potencia como para convertirse en ‘representantes’ de la ciudad, pero Cuenca es… otra cosa. Cuenca no aglutina a sus visitantes en torno a un solo elemento: está como diseñada para la aventura individual, para el divagar errático de cada uno. Parece que esté hecha para pasear, para sentir el placer de caminarla, a pesar de las costanas, las rampas y las calles empedradas que dan al traste con cualquier pretensión femenina (o de cualquier género) de lucir andares sobre unos tacones. Y, en ese caminar, estar como fuera del tiempo, en un cosmos de trazados y equilibrios imposibles, de cuestas, miradores, pasadizos, escaleras, recovecos, plazuelas, voladizos, adarves… Ok. Acabo de entenderlo. Ya puedo seguir recorriendo Cuenca.
No llevo, pues, rumbo fijo ni guía en esta nueva visita a Cuenca. Por el contrario, porto la esperanza de perderme (así, voluntariamente, que es como resulta bello) pero también la certeza de que será difícil porque no es la primera vez que la recorro y siempre aparecerá una calle o un rincón familiar que me saque de cualquier ensoñación con precisión de GPS. Tal vez buscando ese extravío de direcciones, mis pasos me llevan hasta la Fundación Antonio Pérez, un museo ubicado en un antiguo convento al borde del tajo que el Huécar ha ido dando a la roca conquense, en el que este polifacético personaje, fundador de El Ruedo Ibérico, expone su vasta colección de obra pictórica, escultura, dibujos y gráfica original, su inmensa biblioteca cuajada de joyas literarias y parte de sus ‘objetos encontrados’. El lugar es una auténtica estrella de los vientos donde lo mismo sopla un Saura o un Alcaín que un viejo colchón de muelles oxidados o un horrendo perro de escayola en una vitrina. Fascinante.
Y es que Cuenca es una ciudad con poder de atracción sobre los artistas. Por la década de los 50 se juntó aquí un buen grupo que, con Fernando Zóbel a la cabeza, acabaría por crear el Museo de Arte Abstracto, ubicado en el edificio icónico de la ciudad: las Casas Colgadas. Son una construcción del siglo XV, de habitaciones irregulares y en distintos niveles, que se adapta al relieve de la roca en la que se asienta. Desde la misma piedra se extienden al vacío las vigas de madera sobre las que se construyeron balconadas para ganar espacio. Dentro, junto a las obras de Zóbel, Torner, Rueda o Sempere de la colección inicial, se muestran otras con las que se ha ido enriqueciendo constantemente firmadas por Saura, Chillida o Tàpies. Imprescindible en una escapada a Cuenca. Y no pasa nada si no sabemos de arte abstracto: para eso están las visitas guiadas (y nuestra innata curiosidad y deseo de conocer y aprender… ¿no?)
Desde las Casas Colgadas, la inclinación de la calle, el fluir de la gente o nuestra inconsciente e irremediable seducción por el vacío nos va a llevar hacia la hoz del Huécar, hacia ese enorme desfiladero por el que corre, allí abajo, a cien metros de profundidad, una mansa y delgada lámina de agua que en tiempos debió ser completamente diferente para poder horadar todo este espacio. Y de lado a lado, la espina metálica granate del Puente de San Pablo, convertido casi en una atracción en la que los valientes se atreven a pegar saltos en su pasarela de tablas mientras que los acrofóbicos se lo piensan una y otra vez antes de plantar un solo pie en él. También hay otros, más modernos y románticos (o eso es lo que se creen ellos) que aprovechan las barras metálicas de la pasarela para amarrar los dichosos candados que proliferan como una plaga y que si de algo son símbolo no es de amor, sino de memez (y si no que se lo pregunten al Pont des Arts de París).
Hasta comienzos del siglo XX hubiera sido complicado ensartarlos, pues el puente era de piedra. Así se había construido 400 años antes, con sus cinco arcos sobre toscos y altísimos pilares para salvar el desnivel, pero después un par de ellos se desmoronaron y, finalmente, se sustituyó por este de “estilo Eiffel”. El caso es que desde aquí la panorámica de la ciudad es espectacular. El edifico que destaca en mitad del cañón es el antiguo Convento de San Pablo, que hoy es un Parador. Desde esta perspectiva no se aprecia bien, pero si volvemos sobre nuestros pasos, por la Ronda de Julián Romero, pegada a la hoz, podremos verlo levantado sobre una roca que más parece nube que peñasco. Y es que, por más empeño que ponga la piedra que la ata al suelo, está claro que Cuenca tiene vocación aérea y de ingravidez. De ahí también la sucesión de “rascacielos” del barrio de San Martín, casas construidas adaptándose a la orografía del terreno, que por un lado tienen cinco pisos de altura y por otro diez u once. Así ocurre, por ejemplo con todos los edificios de la calle Alfonso VIII que sale desde la Plaza Mayor.
Por esa parte de la calle, las plantas bajas pueden convertirse en el piso quinto o sexto si miramos el bloque por el lado de la hoz. Además poseen estas casas otra singularidad: por la parte interior, la que da a la calle Alfonso VIII, tienen la fachada pintada de colores, mientras que la cara que mira al desfiladero se ha mantenido del color de la piedra. Sin abandonar esta calle y el tema del llamativo aspecto de las casas, me he encontrado con la tienda de Óscar Moreno, un diseñador gráfico que instaló aquí un local que se llama Colores donde crea modernos diseños inspirados en la curiosa arquitectura conquense. Las formas y los colores de estas casas son las protagonistas de lienzos, camisetas, cuadernos, tazas, abanicos o puzles.
Un poco más abajo y en la acera opuesta, está la tienda Carmela en Rama. Aquí Carmen realiza sus propios bocetos que estampa después, con técnicas artesanales, en tejidos, en telas que pueden convertirse en ropa, cojines o bolsos. Comparte espacio con otros creadores como Victoria Alfaro, que elabora curiosas libretas, o Sandra y Mario, artesanos y artistas de la cerámica. Su marca, Querameis, es una de las más innovadoras, originales y valoradas. Y justo en la calle de detrás, en la calle del Fuero, la tienda de Gabriela Guerrero, Mé Dusa, completa el trío de locales singulares donde podemos pasarnos un buen rato mirando y donde será raro que no nos encaprichemos con algo. Aquí lo mismo te encuentras figuras de papel maché que dibujos de las casas de Cuenca, robots hechos con materiales reciclados, abanicos decorados a mano, caretas vintage o piñatas que no romperías por nada del mundo. Todo hecho por artistas, artesanos y diseñadores que han estado o están en Cuenca.
Muchos de esos artistas y de los estudiantes de Bellas Artes se están instalando en un barrio que hasta hace poco casi nadie tenía muy en cuenta: el barrio de San Antón. Sus vecinos y los jóvenes creadores se han empeñado en rescatarlo de ese estado de semi-olvido y marginalidad que le ha acompañado casi siempre. Además de la mejora en infraestructuras, el arte vuelve a ser un elemento clave en esa recuperación. Arte moderno, arte urbano, arte de la calle, que lo mismo llena de versos pintados un solar anodino que redecora con grafitis de autorel blanco descascarillado de alguna pared. Jose, el presidente de la Asociación de Vecinos es uno de los más activos. Junto a él, la iniciativa artística de LAMOSA-Laboratorio Modulable Artístico ha servido también para crear un polo de atracción sobre el barrio. Al margen de las instituciones y con campañas de crowdfunding han conseguido organizar una plataforma para crear contenido y apoyar a los artistas que están empezando. Y, desde luego, algunos son fabulosos.
¿Encontrarán la inspiración en el ambiente de este dédalo de calles estrechas y casas abigarradas que se desparraman por la ladera del Cerro de La Majestad, o lo harán en el sinuoso zigzagueo de la piedra, el agua y el aire que crea estampas desconcertantes al contemplar la ciudad desde cualquier mirador de la parte alta? No sé. Probablemente su universo contenga muchos más elementos, pero sin duda Cuenca les ofrece la energía necesaria para la creación.
Cuenca es catarsis, escribo,... y todo vuelve a empezar.
Texto y fotos: Óscar Checa y Juanjo Isidro
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Texto y fotos: Editorial Viajeros
Cuenca, Oviedo y Pontevedra presentaban argumentos de peso para declararse Capital Española de la Gastronomía, tres dignas merecedoras del título. En esta ocasión ha sido Cuenca, por su perseverancia y con su "Cocina Encantada", la ciudad que lucirá este reconocimiento gastronómico durante todo el año 2023. ¡A la tercera va la vencida!