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Fuerteventura. La isla más ardiente de Canarias

Fuerteventura puede que sea una de las islas más áridas de Canarias pero tiene quien le cante y elogie sus virtudes. Fue un amor de cuatro meses menos tres días, allá por 1914, pero ese latir y esas metáforas inspiradas quedaron inmortalizadas en sentidos sonetos y epístolas de un escritor desterrado, de un Unamuno en el exilio.


Es muy curioso que la sensibilidad de dos artistas como fueron César Manrique y Miguel de Unamuno se fijaran en la belleza de Lanzarote y Fuerteventura, las islas más áridas del archipiélago canario. Ambos vieron en ellas algo más que un paisaje desolado y sintieron la necesidad de brindar su talento para ofrecer una imagen más bella y sentimental de las mismas. La situación particular de Miguel de Unamuno era crítica: por desavenencias políticas fue “desterrado” por Primo de Rivera a Fuerteventura, el lugar más inhóspito que éste creyó encontrar en el país. El literato, destituido de sus cargos como profesor de griego y rector de la Universidad de Salamanca, llegó a Puerto de Cabras (actual Puerto del Rosario) el 12 de marzo de 1924. Lo que el dictador pensó que sería el peor de los castigos se convirtió en una oportunidad que el intelectual vasco definió como

 

“...un oasis, un oasis donde mi espíritu bebió de las aguas purificadoras y salí refrescado y corroborado para continuar mi viaje a través del desierto de la civilización”
 


Unamuno pronto se hizo a la isla, a su clima (tan distinto del de su Bilbao natal) y a sus gentes. Disfrutaba por igual de los baños de sol (a veces desnudo para escándalo de los vecinos), del mar que le apasionaba, de la ruda pero honesta forma de ser de los majoreros y de las largas tertulias en casa de su amigo Ramón Castañeyra. Tras obtener el perdón gubernamental se exilió voluntariamente en París, no sin antes prometer que mantendría la isla en su memoria y en su corazón. De hecho, a Castañeyra, con quien mantuvo correspondencia durante doce años, le confesó:

“Me preocupa mucho esa isla, me preocupa mucho lo que tengo que hacer para pagarle mi deuda de gratitud. Lo que he de escribir sobre ella en una obra que aspiro a que sea una de las más duraderas de mi tierra nativa… ¡Ah! ¿Cuándo volveré a ver esas peladas montañas desde la mar en una barquita de Hormiga? ¡Qué raíces echó ahí mi corazón!”.

 

En el lugar donde se hospedó, el humilde hotel Fuerteventura (en Puerto del Rosario), se ha instalado un museo donde se puede profundizar un poco más sobre su figura. Ahí hemos averiguado que le gustaba pasear por la playa y que hizo excursiones por la isla que inspiraron parte de los sonetos publicados en la obra De Fuerteventura a París: diario íntimo de confinamiento y destierro vertido en sonetos. Entre sus rincones favoritos, y a los que dedica algunos de sus versos, están Betancuria y Montaña Quemada (donde quería ser enterrado), aunque no olvida ensalzar el mar o las palmeras.

En un fin de semana es complicado recorrer toda la isla, ya que es de las mayores del archipiélago canario (la segunda en extensión con 1.659 km2) de modo que nos centraremos en el centro y el norte insular.




Betancuria “donde la vida como acaba empieza”

Santa María de Betancuria, antigua capital de Fuerteventura (y primera de Canarias), recibió su nombre del propio conquistador, Jean de Bethencourt. Este militar francés fundó la villa a comienzos del siglo XV en una zona fértil del interior y alejada del peligro de las incursiones piratas. De aquella época proviene la iglesia de Santa María de Betancuria, que es el principal monumento de la población junto a la ermita de Nuestra Señora de la Peña (en Vega del Río Palmas), donde se encuentra la patrona de Canarias.

Unamuno, que visitó Betancuria el 1 de junio de 1924, la definió como una tumba “donde la vida como acaba empieza,/ tránsito lento a que el mortal se aveza/ lejos del tiempo y de su cruel injuria”. También menciona las montañas desnudas, las ruinas del convento franciscano y las casas blancas. Esa tristeza que transmite aún hoy es, quizás, el mayor atractivo de la villa. La desolación de sus calles empinadas y desiertas se ve interrumpida por flores en las puertas de las viviendas y por las palmeras que se reflejan en las casas encaladas o que tratan de beber del antiguo curso del río. Esta postal en sepia que es Betancuria, donde no nos cruzamos con ninguno de sus setencientos habitantes, renace cuando llegan los turistas. Las puertas del Museo Etnográfico, del Centro de Artesanía y del restaurante se abren y vuelven a escucharse charlas y risas por estas históricas calles.

 


Es esta también una buena ubicación para emprender diversas rutas senderistas o de mountain bike con las que disfrutar del Parque Rural de Betancuria. La mejor atalaya para disfrutar de una panorámica del parque es el mirador de Morro Velosa, una obra que se debe al artista lanzaroteño César Manrique. La edificación cuenta con centro de interpretación, cafetería y espléndidas vistas del macizo de Betancuria. En la maqueta del centro de interpretación de Morro Velosa se aprecia el esqueleto de la isla donde montañas y volcanes pugnan por ocupar el mejor lugar. La favorita del intelectual, y donde hoy día se halla su monumento, es Montaña Quemada, un cono de piroclastos basálticos que no llega a los cuatrocientos metros sobre el nivel del mar. Sin embargo, el monumento natural más icónico de Fuerteventura es la Montaña Tindaya, a pocos kilómetros de la anterior. Además de su valor geológico y científico, en su cima se pueden apreciar más de trescientos podomorfos (grabados en forma de pies) lo que indica el aprecio de la cultura aborigen hacia ese cono casi perfecto, para muchos mágico. Un poco controvertido, y que no se sabe si verá la luz, es el proyecto de Chillida que consistía en vaciarla y crear el llamado Monumento a la Tolerancia.

También merece la pena detenerse en otra atalaya donde las gigantescas esculturas de Guise y Ayoze (los jefes de los dos reinos en los que se dividía la isla en época aborigen) vigilan el entorno. Las tonalidades de las montañas, las lomas y las colinas transforman el paisaje regalando postales rojas, violetas y ocres según la hora del día.
 

Retazos de historia majorera

A medida que se avanza por el interior de la isla surgen poblaciones y edificaciones que componen el puzle de su historia y la forma de vida majorera. Entre las más interesantes se encuentran el Ecomuseo La Alcogida (en Tefía) donde se pueden ver las antiguas viviendas reconstruidas; la Casa de la Cilla (La Oliva), que muestra la importancia de los cereales (la presencia de molinos y molinas en el paisaje lo afianza a cada paso); el Centro de Arte Canario Casa Mané, con un precioso jardín donde simpáticas cabras de hierro desafían el tiempo; y la Casa de los Coroneles (visita imprescindible).




Mar bravío o en calma

Igual que Unamuno llegó a amar la aridez del interior, también volvió a enamorarse del mar (o la mar) e incluso a sentir, según sus palabras: “una comunión mística con ella”. El océano Atlántico, bravío y oscuro en parte de la costa de Fuerteventura se vuelve manso en otras donde la arena campa a sus anchas formando dunas tan caprichosas como las de Corralejo o playas de aguas cristalinas como las del Cotillo. La zona norte de la isla recibe un gran número de turistas que disfrutan de las largas ensenadas, los deportes activos y poblaciones tan coquetas como El Cotillo, con un recoleto puerto y un faro que se convierte en un improvisado mirador de esta franja costera. En el faro se encuentra el Museo de la Pesca Tradicional, donde se le da voz a pescadoras como Maruca que dedicó toda su vida a esta dura actividad.

  


En la parte central es Caleta de Fuste la que atrae a un mayor número de viajeros ávidos de descanso, ocio, playas y relax. Un verdadero edén para familias y parejas desde donde realizar excursiones hacia el norte, como hemos hechos nosotros, o hacia el oeste para disfrutar de las playas de Jandía o el sur con la salvaje belleza de Cofete.

 

Toda la isla, reconocida como Reserva de la Biosfera, merece un fin de semana... o dos... o tres...

 

 

Texto y fotos: Redacción Viajeros

Iberia Express añadió el pasado 1 y 2 de junio a su oferta de destinos tres nuevas rutas nacionales e inició sus operaciones de medio radio en Europa. Las nuevas rutas han sido a Fuerteventura, La Palma, Santiago de Compostela, Dublín y Nápoles.

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