El hecho de estar desierta (el último habitante se marchó en 1972) es un incentivo, ya que te sientes como un aventurero. Los primeros hitos que saltan a la vista, una vez que se ha llegado al embarcadero, son la playa del Almacén o de Castelo que invita a reposar o a darse un baño; el castillo, junto a la anterior; la capilla, antigua cantina; y la ya mencionada dama del mar. Un gran cartel indica la dirección y el recorrido de los senderos que conducen a descubrir otros puntos de interés: el faro (de 1852), las piedras moldeadas por los factores atmosféricos y la aldea abandonada.
Las primeras referencias históricas de Sálvora se remontan al año 899 cuando el rey Alfonso II la donó al Cabildo Catedralicio de Santiago. Las siguientes menciones que aparecen narran que en 1120 se refugiaron en ella naves sarracenas que esperaban refuerzos para invadir Galicia. Aunque no lo consiguieron (al ser frenados por buques cristianos), sirvió para situarla en el mapa y despertar el interés tanto de la nobleza como de los vecinos de Ribeira. Algunos de los habitantes del municipio finalmente se trasladaron al islote para cultivar las tierras. Esta actividad, poco productiva, fue relevada en 1770 por la emprendida por un comerciante coruñés, Jerónimo de Hinojosa, que abrió una factoría de secado y salazón (aunque tampoco triunfó).
La titularidad de Sálvora ha ido cambiando, pasó de estar en manos de la Iglesia a los señores feudales y, posteriormente, en 2007, fue adquirida por Caixa Galicia por 8,5 millones de euros, quien la vendió al Ministerio de Medio Ambiente ese mismo año y por idéntica cantidad. Y, por fin, desde 2008, quien se responsabiliza de su conservación es la Xunta de Galicia. Se han recuperado las viejas instalaciones, delimitado los senderos y autorizando la visita a diversas empresas navieras que organizan excursiones.
Es un gusto regresar al puerto de O'Grove mientras se navega por las aguas tranquilas de la ría y te cruzas con barcos que se dirigen a recoger los mejillones. En muchas ocasiones ves a los pescadores faenar, levantando desde las bateas pesadas cuerdas repletas de moluscos, con su tez colorada por el aire fresco del Atlántico y una gran sonrisa siempre disponible.