Si hace veinte años alguien me hubiera vaticinado que, en los tiempos que corren, Colombia habría renacido turísticamente y sería un destino más que deseado por medio mundo, lo hubiese tildado, como poco, de iluso. Sin embargo, y para suerte de todos, el país ha tomado un nuevo rumbo en muchos aspectos, entre ellos el turístico. Sí, ahora es una marca reconocida, incluso anhelada. Es una nación rica en regiones y en biodiversidad, con numerosas ciudades colmadas de atractivos, exuberantes paisajes y geografías imposibles y, sobre todo, con un calor humano proveniente de una simbiosis racial que despierta pasiones. Un destino que vuelve a estar de moda tras varias décadas de conflictos y problemas internos.
Una de las virtudes de Colombia es la alegría de sus gentes.