Rodeados de un fino velo de niebla, amanecimos temprano para aprovechar mejor el día. En el desayuno no nos sorprendimos de nuestros atuendos: pantalones cómodos, botas de montaña, jersey de la abuela y cortavientos. Era el día elegido para la caminata y, tras avituallarnos como es debido, nos subimos al coche rumbo a El Invernadeiro.
Este parque natural, situado en Vilariño de Conso, es un lugar donde la Naturaleza se explaya prácticamente a sus anchas –aunque bien es verdad que hasta el incendio de 1981 era utilizado como zona de repoblación forestal– y los asentamientos humanos son casi anecdóticos. Alguna pequeña aldea vimos de camino, claro, esto es el siglo XXI. Eso sí, por muy adelantados que nos encontremos en el calendario parece que todavía no se ha inventado nada mejor para espantar a los lobos como los mastines. Prueba de ello es el hermoso ejemplar que nos miró con curiosidad a nuestro paso. Más tarde, según las curvas se iban sucediendo, por la ventana pudimos divisar un embalse de tamaño considerable –el de das Portas–, hecho nada extraño en Ourense. Y justo cuando llegamos a los límites del parque, como si de un gancho publicitario se tratase, un corzo nos saludó a su manera –echando a correr–.
Nos recibieron los agentes forestales a los que hubo que mostrar el permiso solicitado unos días atrás –ver Guía Práctica–. Con amabilidad, nos explicaron las normas y las diferentes rutas que se pueden recorrer. Hablaban de una reseñable variedad floral debido a la ubicación en una zona climática de transición, con predominio de robles, acebos, pinos, brezos y avellanos. Comentaron también los planes de reintroducción de especies que están llevando a cabo para alegría de las cabras montesas, rebecos y ciervos, aparte del Centro Ictiogénico donde se procede al desove manual de las truchas. Existen, por tanto, posibilidades para disfrutar mientras se pasea viendo animales –con un poco de suerte– que viven en espacio de semilibertad. En fin, en nuestra caminata –de poca dificultad y unas 4 horas de duración– descubrimos un paraje estupendo para pasar una mañana en contacto con la Naturaleza y recordamos lo rápido que pasa el tiempo cuando uno se siente a gusto.
En el camino de vuelta, nos detuvimos en A Gudiña a reponer fuerzas; como ven, somos muy comilones –dimos buena cuenta del caldo, el pulpo, las empanadas y el entrecot a la brasa–, y siempre estamos dispuestos a darnos un homenaje. Sin ir más lejos, la tarde la dedicamos a la ardua tarea de disfrutar del spa del hotel. ¡Ay, qué duro es viajar!