Alaska. Costa Sur. Revista Viajeros
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ALASKA. Crucero por la Costa Sur.

Glaciares, valles, fiordos, bosques impenetrables, infinitas cadenas montañosas... los paisajes más agrestes e imponentes se suceden en uno de los recorridos crucerísticos más sobrecogedores y exclusivos que se pueden hacer por este remoto territorio.

Ketchikan y Juneau. El arte de los pueblos nativos.

En la primera de las excursiones de este viaje a Alaska encontramos uno de los símbolos más reconocidos del país: los tótems de los pueblos nativos tlingit, haida y tsimshiam. Están tallados en troncos de tuyas gigantes y se erigían para soportar edificios, narrar historias y honrar a personas o acontecimientos señalados. Ketchikan es el lugar perfecto para tener una visión global y muy completa alrededor de estas llamativas esculturas. Esta ciudad también es conocida por sus conserveras de pescado. La llaman “la capital mundial del salmón” y desde Creek Street, una pintoresca calle levantada sobre pilotes que se apoyan en las orillas del río, se pueden ver estos peces cuando remontan las aguas. La otra capital, la oficial y sin ningún otro apelativo, es Juneau. Está ubicada entre el monte del mismo nombre y el Roberts, al que se puede subir en funicular sobrevolando los enormes árboles de sus boscosas laderas. En los alrededores, el campo de hielo y los abundantes glaciares son los destinos más atractivos.

 

Skagway y Sitka. La fiebre del oro.

A finales de la década de 1890, al descubrir que el río Klondike, afluente del Yukon, arrastraba oro, el capitán de barcos de vapor William Moore fundó un pueblo como punto de acceso a las minas. Así surgió Skagway. En los doce meses siguientes por allí pasaron más de 30.000 buscadores de oro que ayudaron a la incipiente ciudad a prosperar. La historia de aquella Fiebre del Oro es el hilo conductor de la visita a Skagway y sus alrededores, por donde se pueden seguir diferentes rutas senderistas entre bosques, montañas y lagos. El antiguo ferrocarril de vía estrecha White Pass and Yukon Route Railroad, que se construyó para hacer más accesible la zona, sirve ahora de atractivo turístico. Algo más al sur, en la costa oeste de la isla Baranof, está Sitka. La riqueza de esta vistosa ciudad no estaba en el mineral dorado sino en las colonias de nutrias marinas... que los rusos convirtieron en negocio, cazándolas por sus pieles. Su pequeño puerto impide que ningún gran crucero atraque: solo el Silver Shadow puede hacerlo y, únicamente, fondeando. Desde él se llega a tierra en pequeñas barcas, lo que incrementa la sensación de estar viviendo una auténtica aventura en los confines del continente.

 

Glaciar Hubbard y Seward. Sufistas en el hielo.

Buena parte del espectacular paisaje de Alaska ha sido esculpido por cinco mil grandes glaciares (y muchísimos más pequeños) que se deslizaron por sus montañas creando profundos valles. Al derretirse el hielo, el mar los invadió formando lagos y estrechos fiordos. Hoy todavía quedan glaciares y aunque muchos están en retroceso, algunos como el Hubbard siguen avanzando. Este, además, es conocido porque lo hace a gran velocidad y provocando un ruido estremecedor. Es el glaciar de desbordamiento con salida al mar más extenso de Alaska y para visitarlo hay que ir hasta la remota ciudad de Yakutat. Solo es accesible desde la bahía, en barco.

Si nos dejamos caer por Yakutat en verano, junto a los impresionantes glaciares veremos las insólitas e inesperadas escenas de surfistas en estas latitudes. Cannon Beach es una de las playas más populares para practicar este deporte. Más fiordos y glaciares se pueden visitar desde Seward, una ciudad situada en uno de los parajes más hermosos de Alaska. Es el punto de partida para las excursiones al Parque Nacional de los Fiordos de Kenai, además de ser el puerto de partida o de llegada de la mayoría de los cruceros que recorren el golfo.

 

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