De sus aproximadamente 150.000 habitantes, 25.000 son estudiantes que animan las callejuelas. Hablando de aulas, debe saber que no es raro que le entiendan en español ya que está de moda el idioma de Cervantes, así como los cantantes latinos. Pero volvamos a su ambiente que es uno de sus puntos fuertes. Se dice que tiene la mayor proporción de bares y restaurantes del país. Sin haber tenido tiempo para contar todos los garitos de Alemania, sí puedo decir que las terrazas se suceden por doquier, alegrando las fotos y tentando a pararse de vez en cuando durante los paseos. Su casco histórico es vivo, colorido y dinámico, dando la impresión de que se trata de una pieza fundamental en la vida local.
La imagen por antonomasia de Ratisbona es el Puente de Piedra que se eleva sobre el Danubio. Esconde varias leyendas –fíjese en la estatua del Hombrecillo, homenaje al maestro de obras–, une las dos áreas de la ciudad y es testigo vivo de todos los avatares aquí sucedidos. Se cuenta que si al atravesarlo no escuchas las campanas o no te cruzas con un judío es que no has estado en la ciudad. Como tampoco podrá decirlo si no explora la Catedral. Le llamarán la atención sus diferentes materiales, estilos y los cambios de tonalidad en su fachada. Quizás se fije en pequeños detalles, como las gárgolas o las vidrieras que parecen homenajear a la paleta de colores. Resulta muy curioso ver la gran sonrisa que ha quedado plasmada en la estatua del ángel y descubrir la historia de dos famosos personajes: el diablo y la abuela. Pero los que si son realmente reputados son los gorriones de la catedral que, sin ser capaces de volar, unen sus voces al unísono desde hace más de mil años. Un dato anecdótico es que el hermano del actual Papa dirigió este coro que canta los domingos y da giras por todo el mundo.
El centro histórico se halla rodeado por un vistoso cinturón verde que cobija los tesoros de este enclave bávaro. Cuando se callejea se descubren los distintos barrios medievales que nos hablan de diferentes épocas y clases sociales. Desde las casas bajas de los artesanos, las torres patricias de los nobles y mercaderes –hoy en día muchas se hallan habitadas por gente adinerada–, pasando por las iglesias y los edificios religiosos –una de las perlas de la ciudad es el monasterio benedictino de San Emmeram–, los callejones y plazuelas…
De repente, se puede topar con una estatua de Don Juan de Austria –que, pisando una cabeza de un turco, ejemplifica perfectamente lo políticamente poco correcto– y recordar la historia española y europea. Los recorridos turísticos visitan este museo al aire libre que concentra muchos de los avatares del Viejo Continente. Ratisbona es una urbe bañada por dos ríos, tocada en su momento por la diosa Fortuna y que parece haber sido diseñada para ser visitada. No le dejará indiferente