China. Pekín y Hainan
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CHINA. Pekín y Hainan

Pekín, la capital de China, es sinónimo de cultura, historia, arte y climas extremos, mientras que Hainan, el llamado "Hawai chino", destaca por su naturaleza, playas y selva. Una escapada que contemple ambos destinos nos aportará una visión global del pasado y el presente de China.

Shanghái es la mayor ciudad de China, su motor económico, y tiene fama de ser el lugar más cosmopolita del país. Pero Pekín –al que las nuevas grafías se empeñan en llamar Beijing– sigue siendo la capital (“Capital del Norte” significa literalmente su nombre, frente a Nankín, la “Capital del Sur”) y, como tal, es el escaparate de la nación. Y mientras que Shanghái ha ido cambiando constantemente a lo largo del tiempo, seguramente por su proximidad al mar, Pekín se ha mantenido durante siglos como la ciudad cerrada (Ciudad Prohibida), señorial por excelencia, elegante y hasta casi austera. Ni la revolución maoísta pudo eliminar estos atributos.


Pekín se moderniza a pasos agigantados y arrastra en su carrera al resto de las grandes urbes, especialmente las costeras. En el interior, en el campo que todavía alberga al 45% de la población china, es otra cosa, pero viendo el Pekín de hoy podemos intuir cuál es el camino que está siguiendo la China que viene, que ya se nos echa encima.

Pero no nos dejemos engañar por las apariencias: detrás del desarrollo alcanzado, en cuanto rasquemos un poco el oropel de corte occidental con que se tiñe, los chinos, como los japoneses o los indios (en definitiva, como cualquier otro pueblo de antigua y profunda cultura) siguen siendo tan chinos como hace diez, treinta o mil años. Durante siglos, Pekín fue un misterio para Occidente y aún hoy, según descubrimos nuevos aspectos de esta fascinante ciudad, lo sigue siendo. Ante todo es un lugar de superlativos. Con sus tres mil años de historia a cuestas, ha sido la capital de cinco dinastías (Liao, Jin, Yuan, Ming y Qing) que acabaron pequinizadas, devoradas por la enorme personalidad de esa ciudad. También lo es de la república, que nació burguesa en 1911, se tiñó de rojo marxista en 1949 y hoy conjuga ese verbo lleno de pretéritos imperfectos y futuros pluscuamperfectos que es el socialismo con peculiaridades chinas.

Tan antigua y tan nueva

Primero se llamó Ji, luego Youzhou, Zhondú, Dadú y Beiping, para acabar (por ahora) denominándose Beijing. Así que si en su billete de avión pone: “Destino: Beijing” no se asuste, va por buen camino. Va a la antigua, la moderna, la grande, la pequeña, la caótica, la organizada, la irritante, la adorable Pekín; ciudad abierta, capital de todas las Chinas, incluso de las imposibles.

A primera vista, Pekín es hoy una ciudad congestionada y con mucha contaminación. El coche le ha ganado el terreno a la bicicleta. Es verdad que todavía hay bastantes, pero también es cierto que la presencia del poderoso automóvil ha arrinconando a la mayoría de las dos ruedas. Hoy, los coches privados de los pequineses son, casi todos, lujosos o de nivel medio-alto. Abundan los taxis por toda la ciudad, son los amos de las calles, y los hay de diferente categoría y precio. Se pueden tomar en cualquier sitio, salvo cuando el taxista intuye que la carrera va a ser corta y se niega a llevar al turista. E incluso se puede optar por un miandi (panecillo) amarillo que es un minibus-taxi en el que varios pasajeros comparten un trayecto parecido. Y también están los taxis-triciclos (rickshaws) que la revolución había prohibido y ahora han reaparecido.



Todas las tendencias apuntan a que China será la primera potencia económica mundial. Entre 1978 y 1995 el país experimentó un asombroso crecimiento con una media del 9,4% y se cree que no bajará del 6,5 en los próximos veinticinco años. Hoy, el mercado libre hace que exista todo tipo de mercancías a todo tipo de precios y empieza a proliferar el uso de las tarjetas de crédito. Además de la tarjeta china “Gran Muralla”, en muchas tiendas aceptan ya el dinero de plástico internacional. Su crecimiento es tan vertiginoso que ya superan los 340 millones de titulares (en España somos unos 70 millones). En sus 16.808 km² (Madrid tiene 606 km²), Pekín alberga a 22 millones de habitantes residentes, según las estadísticas oficiales, y a una población flotante que se estima en otros 10 millones de personas que invaden a diario sus 2.660 templos, 51 lugares de culturas antiguas, 24 sitios arqueológicos, sus calles, sus autobuses, sus centros comerciales, sus casas de té…  Ante este apabullante panorama es fácil comprender que son numerosos sus atractivos.


Visitas imprescindibles

El principal, sin embargo, no está en la ciudad propiamente dicho, sino en su municipio. Dice el proverbio que quien no ha estado en la Gran Muralla (Chang Cheng, literalmente Larga Muralla) no ha estado en China. De los 12.700 li (6.350 km) de longitud de esta construcción, el sector de Badaling, 75 kilómetros al norte de Pekín, es el más conocido, por lo que también es el más congestionado de turistas. Así que, una alternativa interesante es el Ju Yong Guan, a solo unos 40 km de Pekín, tan impresionante o más y con muchos menos visitantes. Desde cualquier hotel de la capital se puede concertar una excursión de un día. A la vuelta se puede pasar por Dingling, una de las Trece Tumbas Ming (Shishang Lin) excavada en 1956.


El Palacio Imperial (Gugong), también conocido como Ciudad Prohibida (Zijin Cheng), es la quintaesencia de la arquitectura palaciega china. Construido entre 1406 y 1420, fue la vivienda de 24 emperadores de las dinastías Ming (1368-1644) y Qing (1644-1911), incluido Pu Yi, al que el mundo entero conoció en El Último Emperador de Bertolucci. En sus 72 hectáreas se elevan más de 9.999 pabellones y estancias que albergan un millón de piezas de arte. El número 9, el mayor de un solo dígito, estaba asociado al emperador, al Hijo del Cielo.

Aquellos emperadores presentaban sus ofrendas a la Divinidad Celeste en el Templo del Cielo (Tiantan), el mayor monasterio de China, hoy conservado como parque y museo. El edificio principal, circular con tres tejados azules superpuestos, es para muchos la obra maestra de la arquitectura china.


El Palacio de Verano (Yiheyuan, Jardín de la Armonía Sosegada) era la residencia veraniega de los emperadores y se encuentra a las afueras de Pekín. Es recomendable dar una vuelta en barca por su gran lago, y habría que dedicar alguna mañana o alguna tarde (mejor varias) a pasear sin rumbo ni prisas por los hutong, callejuelas antiguas inmortalizadas en muchas películas chinas. Aunque la piqueta ha acabado con muchos de ellos, todavía quedan bastantes alrededor del Parque Beihai y la Torre del Tambor. En contraste, y aunque tiene cinco siglos de existencia, Wangfujing es una de las calles comerciales modernas más importantes de Pekín. En sus más de doscientos comercios se puede encontrar de todo, desde un ábaco a un smartphone de última generación.

Otros lugares de interés son el parque Beihai, un jardín palaciego junto a la Ciudad Prohibida; la colina de Carbón, otro jardín con una magnífica vista sobre el Palacio Imperial; el monasterio budista lamaísta Yonghe, abierto al culto y a los turistas; el parque de la Colina Perfumada, especialmente bello en otoño gracias al color rojizo de las hojas de sus arces, y a sus templos como el de las Nubes Azules o el del Buda Reclinado; o la plaza de Tiananmen, la mayor del mundo (440.000 m²) y escenario de muchos pasajes históricos de la ciudad. En ella se encuentra el mausoleo de Mao Zedong y el Monumento a los Héroes del Pueblo.

 

 

Hainan, “El Hawai chino”

Dejamos Pekín, un poco saturados de tanta historia y ligeramente atacados por el Síndrome de Stendhal, y viajamos 3.000 kilómetros al sur hasta Hainan, una isla tropical que puede ser el colofón perfecto para este viaje. Si la capital de China es cultura, historia, arte y climas extremos, Hainan es naturaleza, playas y selva. Definida por los esloganes turísticos como “El Hawai chino”, tiene una extensión de 33.900 km² (algo más que toda Cataluña), pero hasta bien entrados los años noventa del siglo pasado era una región atrasada con una base de población local dedicada casi en exclusividad a la pesca. En 1988 recibió el estatus de provincia y a partir de entonces las autoridades centrales se están volcando en el desarrollo de infraestructuras y establecimientos hoteleros de primerísima calidad.

Históricamente a Hainan le había sucedido algo parecido a otros lugares como por ejemplo nuestra isla de Fuerteventura: por su lejanía y atraso fue durante mucho tiempo un lugar olvidado y de destierro, mientras que ahora se ha convertido en un anhelado paraíso turístico. En su capital, Haikou, en la costa norte, se encuentra la sede del grupo HNA, dueña de la compañía aérea Hainan Airlines, una de las cinco mayores chinas. Esta ciudad está unida a Sanya por un tren de alta velocidad, que se complementará con otra más (en actual construcción) y que rodeará completamente la isla. En Sanya se encuentra el CDF Mall, el centro comercial libre de impuestos más grande del mundo. Y muy cerca, en la costa oriental, están las mejores playas de la isla, un lugar en el que se están instalando grandes complejos turísticos de las más importantes cadenas internacionales, como St. Regis, The Westin, Holiday Inn, Sheraton, Narada, etc.

Tianya Haijiao (literalmente “El Fin del Cielo, la Esquinas del Mar”) es el nombre que los chinos dan tradicionalmente a las tierras más apartadas, al fin del mundo. En Hainan se llama así un parque natural con paisajes de ensueño, una mezcla de las Seychelles y los Mares del Sur, un lugar cuajado de leyendas que es el escenario preferido por muchas parejas para su luna de miel.

Otra zona turística es el bosque primitivo de la costa occidental, donde está el Parque de las Hadas Taoístas, cuyo origen data nada menos que del siglo XII. Hoy es una extensa área en la que encontramos montañas, rocas con inscripciones, templos, acantilados, paz y misterio.
 







 

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