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Francia. Tras las huellas impresionistas en Normandía

Los maestros impresionistas capturaron en sus lienzos los dones de la naturaleza y la fugacidad del tiempo. Más de un siglo después, Normandía sigue provocando la misma emoción en los viajeros que siguen sus pasos. No es ningún secreto que Normandía alberga una inmensa colección de arte. Algunas de las maravillas de esta colección se encuentran bien custodiadas en museos históricos y en modernas galerías, pero la mayoría se exhiben al aire libre.

Por mucho que los maestros impresionistas se empeñaran en capturar las distintas luces del día y la fugacidad de la vida, solo lograron copiar el arte que la naturaleza regala generosamente en cada jornada.

 

Con los ojos bien abiertos emprendemos camino para admirar la Normandía que inspiró al movimiento impresionista. Seguiremos de cerca los pasos de aquellos jóvenes artistas que, caballete en mano, salieron de París y, siguiendo el curso del Sena, fueron apoderándose de retazos vida, de instantes mágicos, de escenas e instantáneas que representaban la realidad. Atrás dejaban las encorsetadas normas de la pintura académica. Había llegado el momento de liberarse.

Es sorprendente que esta región situada al noreste de Francia, y del tamaño de Galicia, consiguiera inspirar durante los siglos XIX y XX a tantos artistas. Quizás, una vez que terminemos este viaje lo comprendamos mejor. Claude Monet, impulsor del nombre del movimiento debido a su obra Impresión, sol naciente, será nuestro privilegiado guía y, de su mano, recorreremos villas, ciudades, jardines y museos.

Los jardines de Monet en Giverny

La figura de Claude Monet se relaciona directamente con Giverny, nuestra primera parada. Aunque había pasado su infancia en Le Havre y vivido en Honfleur, en 1883 eligió esta población rodeada de prados y de gente sencilla (y bien comunicada con París, a solo una hora) para instalarse con su mujer, Alice Hoschedé, y sus ochos hijos. En la amplia casa, que hoy día podemos visitar, vivió durante cuarenta y tres años. Durante ese tiempo la adaptó a sus gustos y necesidades. Pintó su fachada de rosa y de verde las ventanas, e instaló una galería y una pérgola cubierta de rosales trepadores delante de la fachada. El pequeño huerto con el que contaba la villa lo convirtió en un bellísimo jardín de estilo francés repleto de lirios (una de sus flores favoritas) y tulipanes. Decenas de variedades florales se reparten en un orden cromático que más parece la paleta de un pintor que el capricho de la naturaleza. Pero no se conformó con crear solo este edén, sino que se empeñó en diseñar su propio Jardín del Agua, un vergel de aires orientales con un estanque cubierto de nenúfares y un delicado puente japonés de madera. Cuando circundas este espacio siguiendo sus senderos incluso llegas a dudar de que sea real por lo onírico de la escena y los reflejos del agua. Ambos espacios fueron modelos recurrentes en su obra como confirma la serie ‘Nenúfares’ (junio es el mejor mes para ver los nenúfares floridos).

Pero, volviendo a la vivienda, en sus amplias estancias aún se pueden imaginar las carreras de los chiquillos, las charlas familiares en la habitación azul o adivinar la personalidad del artista a través de su taller y de los libros de botánica repartidos en las librerías.

Debido a su presencia en Giverny, muchos otros artistas como Pissarro, Caillebotte, Sisley, Cézanne o Renoir acudieron a la población para visitarlo. Incluso algunos extranjeros decidieron trasladarse para trabajar cerca del maestro y beber de su misma fuente de inspiración. Hoy día, este pueblecito de la provincia del Eure sigue causando expectación entre viajeros y pintores que peregrinan para conocer su morada, los jardines que renuevan las flores en cada estación, visitar su tumba en el cementerio y el Museo de los Impresionismos, que cuenta con una muestra permanente de Monet y de otros artistas inspirados por el maestro.

Tras esta primera toma de contacto, y para recargar energía, no hay mejor sitio que el restaurante del antiguo hotel Baudy donde se alojaban numerosos pintores americanos, además de Cézanne que incluso tenía allí su taller y que no escatimaba en elogios hacia su amigo Claude del que decía: “Monet, es el mejor de todos nosotros. Debería estar en el Louvre”. Con la imagen del artista caminando por la rosaleda en la retina continuamos nuestro itinerario camino de Rouen para conocer a aquella que le quitó el sueño durante algún tiempo.

Rouen, pura obsesión

Aunque no lo parezca por lo comentado hasta este momento, el padre del impresionismo admiraba algo más que la belleza natural. De hecho, se enamoró de las estampas que ofrecía Rouen por todo su trazado urbano, de los veleros que surcaban el Sena en este tramo y de los barrios obreros surgidos de la revolución industrial. Pero hubo algo más que le llamó la atención en esta población cercana a su hogar, así que alquiló una habitación frente a una vieja dama que lo tenía encandilado: la catedral de Notre-Dame. De esta manera podía captar su iluminación en distintos momentos del día sin perder detalle. Se dice que trabajaba once horas diarias, que podía trabajar simultáneamente con 14 cuadros y que, en dos años, nunca pisó el templo. Pero, eso sí, ¡llegó a pintar 30 lienzos de la fachada de la catedral!

Este monumento le fascinaba al mismo tiempo que le atormentaba: “he pasado una noche repleta de pesadillas; la catedral me caía encima; parecía azul, o rosa, o amarilla”. Aunque la obsesión nunca es aconsejable, la verdad es que la magnificencia de este edificio gótico bien la justifica. De una de sus torres, la tour de Beurre (o torre de la Mantequilla) se cuenta una curiosa historia; se relata que fue financiada por los vecinos de Rouen para que se les permitiera comer mantequilla durante la época de Cuaresma. Las casas medievales con su entramado de madera y el Gros Horloge (un arco decorado con un precioso reloj dorado) también fueron fuente de inspiración. Otros artistas pasaban asimismo largas temporadas en esta ciudad envueltos en la magia de los muelles, los puentes y los efectos de la bruma. Uno de ellos, Camille Pissarro, que firma una serie sobre el puerto de Rouen con más de 50 obras, elogiaba a Rouen diciendo que era tan bonita como Venecia. En el Museo de Bellas Artes, ubicado en un magnífico edificio de 1870, se puede disfrutar de una gran muestra impresionista (aseguran que la mayor fuera de París) que cuenta con obras de Monet, Camille Pissarro, Gustave Caillebotte o Alfred Sisley, entre otros.

En Rouen, aparte del arte, también encontramos propuestas tan interesantes como la de profundizar en la figura de Juana de Arco. Cuando caminas por las calles hay numerosos elementos que recuerdan a la heroína como la señalización de la hoguera donde fue quemada; la iglesia Sainte Jeanne d'Arc que, aunque es de factura moderna sus vidrieras pertenecen al siglo XVI; la torre Jeanne d’Arc, donde se desarrolló su juicio; y el Historial Juana de Arco donde, usando los recursos tecnológicos más avanzados, se analiza esta figura histórica. Aunque nos dejamos muchas más visitas de interés en Rouen, abandonamos su animada vida comercial y nocturna para seguir el camino marcado por el Arte. Étretat nos espera.

 

Continúa esta Ruta Impresionista de Normandía por Étretat, Le Havre, Honfleur, Caen y Mont-Saint-Michel.
 

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Más información en Turismo de Normandía y Atout France.

 

Ruta Normandía01_Rev.Viajeros

Texto y fotos: Editorial Viajeros

Aquellos jóvenes pintores que salieron de París buscando nuevas emociones encontraron en Étretat, uno de los tesoros de la Costa de Albâtre o Alabastro, una poderosa fuente de inspiración. La energía del mar y los acantilados que delimitan la población sedujeron a pintores como Corot, Boudi, Courbet y, por supuesto, a Monet quien le dedicó nada menos que ochenta lienzos.

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