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Tres Territorios. Els Ports, Terra Alta y Matarraña, comarcas sin fronteras

Unidas por su trayectoria histórica, orografía y costumbres, Els Ports, Terra Alta y Matarraña son tres comarcas que, a pesar de pertenecer a provincias diferentes (Castellón, Tarragona y Teruel), tienen mucho en común. Tanto es así que han decidido unir fuerzas para llamar nuestra atención enarbolando la bandera de los Tres Territorios.

Unidas por su trayectoria histórica, orografía y costumbres, Els Ports, Terra Alta y Matarraña son tres comarcas que, a pesar de pertenecer a provincias diferentes (Castellón, Tarragona y Teruel), tienen mucho en común. Tanto es así que han decidido unir fuerzas para llamar nuestra atención enarbolando la bandera de los Tres Territorios. Hasta allí nos desplazamos para visitar castillos, pedalear entre túneles, comer como reyes y descubrir alojamientos con encanto.

Por Jordi Jofré (edición impresa Viajeros 172)

¿Qué son los Tres territorios? Bajo dicha marca turística se escoden Els Ports, Terra Alta y Matarraña, tres comarcas pertenecientes a otras tantas provincias: Castellón, Tarragona y Teruel. Lejos de ponernos barreras y fronteras, vamos a saborearlas a través de sus virtudes naturales, patrimoniales y gastronómicas. Resulta sencillo darse cuenta de que tienen mucho en común. Y también, sin ningún esfuerzo, es fácil disfrutar de ellas. Colocamos el GPS, marcamos como destino Morella y arrancamos.


Morella, la silueta de Castellón

A pesar de haber viajado mucho, todavía es relativamente fácil sorprenderse si se va con los ojos abiertos. Eso ocurre si uno va conduciendo por los alrededores de Morella y se da de bruces con su estampa, más aún si está anocheciendo y su casco urbano comienza a iluminarse. Un buen lugar para admirar este espectáculo es el mirador de la carretera CV12. Pero dejémonos de coche, al menos por el momento, aparquemos y busquemos algún lugar donde dormir en esta población que es la capital de la comarca de Els Ports.

El paseo nocturno nos va dando buenas pistas de lo que nos espera al día siguiente. En todo caso, ahora, después del viaje, toca descansar. Para ello hemos optado por el hotel Cardenal Ram que, a juego con la población, es un alojamiento que rezuma historia (el edificio data del siglo XVI) y que es un buen ejemplo de los palacios y casas nobiliarias del lugar. Una ducha rápida y nos preparamos para el primer homenaje gastronómico; y es que en los Tres Territorios, es imposible pasar hambre. En esta primera ocasión, el culpable es el restaurante Vinatea, donde saboreamos varios platos de la zona, incluyendo las famosas croquetas trufadas de Morella que, por cierto, tienen forma de empanadilla. En este mismo establecimiento, además, se puede degustar alguno de los cócteles que ofrece su carta.

Ya de día, toca explorar los tesoros de esta localidad que se esconden casi todos dentro de las murallas. Estas tienen un perímetro de casi dos kilómetros y se hallan jalonadas por varias torres y puertas (atentos a la de San Miguel). Inevitable va a ser pasear por la calle Blasco de Alagón que, con sus sugerentes soportales, invita a aminorar la marcha y curiosear entre sus muchos comercios (o, si es domingo, entre los puestos del mercado).
 


El caso es que en Morella hay que andar y acercarse a alguno de sus grandes hitos. El Ayuntamiento, que alberga unas llamativas salas góticas, lo tenemos muy cerca. Un poco más retirado nos queda el castillo pero merece la pena visitarlo, a pesar de hallarse a más de mil metros de altura. Desde allí, claro, las vistas quitan el hipo. Para entender la trayectoria de esta atalaya, nos acercamos a la exposición del palacio del Gobernador. Nos quedamos con la boca abierta cuando descubrimos que estas piedras han visto pasar (y batallar en muchas de las ocasiones) a íberos, romanos, musulmanes y cristianos, incluyendo a personajes de la talla del Cid Campeador. Muchas de las luchas aquí acaecidas han tenido como motivo (o excusa) la religión. Y si de dioses hablamos, ay Dios mío que casi la olvidamos, nos tenemos que acercar hasta la basílica arciprestal de Santa María la Mayor que esconde una escalera y un órgano de gran relevancia.

Nosotros no llevamos niños pero, si ese es su caso, para que no se aburran les puede ir adelantando la siguiente visita, un viaje a la era de los Tyrannosaurus rex y compañía en el Museo Temps de Dinosaures. Y si nos han salido especialmente rebeldes y trepadores, lo mejor es llevarles a Saltapins, un parque multiaventura con redes, tirolinas, plataformas y cables que permiten brincar de árbol en árbol. Los mayores también podemos disfrutar haciendo el mono, siempre poniéndonos de recompensa manjares como los que sirven en el Mesón El Pastor, como su estupenda fideuá con setas, ajo tierno y foie.


Terra Alta: pedales, batallas y aceites

Nos subimos de nuevo al coche para descubrir nuestro segundo territorio, Terra Alta. Es una comarca abrupta que incluye varias formaciones montañosas, barrancos, ríos y cascadas. En sus paisajes también aparecen muchos campos de cultivo, con las viñas y los olivares formando pequeños mares que surgen cada poco tiempo cuando se recorren estas tierras. Y una de las mejores maneras de hacerlo es en bicicleta. Así, nos ponemos ropa cómoda y nos preparamos para pedalear.

El esfuerzo tampoco va a ser sobrehumano ya que hemos optado por la Vía Verde de la Terra Alta, un itinerario sencillo que transcurre entre las antiguas estaciones ferroviarias de Arnes-Lledó y El Pinell de Brai. Con 23 kilómetros de longitud, resulta muy ameno por la gran cantidad de túneles y viaductos que se atraviesan. Así, se rompe la monotonía y uno siempre tiene curiosidad por ver qué paisajes esperan al otro lado. Las estampas se alegran con pinos y almendros, con los pequeños embalses que forma el río Canaletes, y con montañas como la de Santa Bárbara. Nosotros hemos decidido rodar y rodar para disfrutar de las panorámicas en movimiento y de la brisa en la cara, pero se puede alargar la experiencia e ir realizando paradas en las poblaciones que se atraviesa o acercarse a puntos de interés, como el santuario de la Mare de Déu de la Fontcalda.


El caso es que la bicicleta y el ejercicio nos han abierto el apetito y para remediarlo hemos decidido acercarnos al restaurante Sibarites, donde disfrutamos de un nuevo homenaje gastronómico. Allí lo complicado es decidirse entre el tartar de atún con apio y huevas de pescado o el magret a la plancha con manzana caramelizada. Un terrible dilema.

Bromas y comilonas aparte, toca ponerse serios para recordar uno de los episodios más dramáticos de la guerra civil española, la Batalla del Ebro, que tuvo lugar por estos lares. La denominada Ruta de la Paz, con un itinerario circular de 74 kilómetros, recorre sus lugares más emblemáticos. No obstante, se puede optar por hacer una pequeña incursión en el tema, tal y como vamos a hacer nosotros. Para ello, nos desplazamos hasta Corbera d’Ebre. Allí, visitamos el Centro de Interpretación 115 días que nos ilustra sobre la dureza de este acontecimiento histórico que resultó traumático para muchos. Sin ir más lejos, los vecinos de esta localidad tuvieron que levantar un nuevo pueblo porque el suyo quedó arrasado. El antiguo, denominado Poble Vell, se puede (y se debe) visitar. El paseo entre ruinas, que inevitablemente lleva hasta la iglesia rehabilitada, invita a la reflexión. Más aún cuando se van descubriendo las obras del Abecedario de la Libertad, un trabajo artístico colectivo que nos recuerda que las palabras deberían estar por encima de la fuerza.

Comarca del Matarraña: de sorpresa en sorpresa

Nuestra última parada en estos Tres Territorios es la comarca del Matarraña. Tomamos el coche para adentrarnos en la provincia de Teruel. Esta comarca presenta similitudes geográficas con las anteriores y, de nuevo, nos encontramos ante parajes un tanto abruptos, destacando los Puertos de Beceite, desde donde los días claros es posible ver al mismo tiempo el Mediterráneo y los Pirineos.

Aparte de montañas, el Matarraña esconde mucha historia. Así, nos podríamos acercar hasta alguna de las pinturas rupestres que conforman la ruta denominada Primeros Pobladores. No obstante, a pesar de que han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad y del valor de estas figuras esquemáticas de jinetes o cornamentas, nos decantamos por algo más reciente, como un poblado íbero. Entre otras posibilidades, optamos por el de San Antonio porque desde su emplazamiento se disfruta de buenas vistas y porque se halla muy cerca de una visita casi ineludible en el Matarraña: la localidad de Calaceite. Es este un pueblo con mucho encanto y que resulta interesante por su patrimonio arquitectónico, donde no faltan singulares portales de la antigua muralla ni plazoletas de aires medievales.


 
La comarca cuenta con otros lugares con un importante patrimonio histórico. Tal es el caso de Valderrobres, hasta donde nos acercamos para conocer su imponente castillo (alberga variadas exposiciones), la iglesia de Santa María y el entramado de calles sinuosas del casco antiguo que se extiende desde lo alto de la población hasta el río. Al otro lado de este curso fluvial, el Matarraña, se yergue el Valderrobres moderno que, por cierto, es la capital administrativa de la comarca.

Peñarroya de Tastavins es otro de los puntos interesantes del Matarraña, tanto por su casco urbano como por contar con un interesante ejemplo del mudéjar aragonés: el santuario Virgen de la Fuente. Este conjunto alberga dos ermitas (una de ellas, de estilo gótico, ha sido declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad), jardines y una hospedería con un agradable patio porticado. Lo mejor de todo es la paz que se respira en el lugar, con el rumor del río Tastavins como banda sonora.

Allí mismo se puede comer pero preferimos desplazarnos hasta Ráfales que nos espera con tres grandes reclamos: la Plaza Mayor, un restaurante muy recomendable y un alojamiento con encanto. El establecimiento hostelero se llama La Alquería y se halla ubicado en la ya mencionada plaza. De pequeñas dimensiones, resulta sorprendente la calidad de sus recetas. Durante el festín repartimos halagos entre el carpaccio de atún con cinco pimientas y helado de pimientos de piquillo y el ravioli de ternasco de Aragón con borraja.

Aún nos aguarda en Ráfales una última tentación: el Molí de l'Hereu (imagen superior), un hotel que se halla ubicado en un antiguo molino aceitero del siglo XIX. Cada habitación es diferente y todas tienen mucha personalidad, como a nosotros nos gustan. Cuenta, además, con una piscina cubierta, jardines y un pequeño museo. Allí descansamos y allí nos despedimos de los Tres Territorios, bien comidos y bien relajados.

No te pierdas: Inhóspitak, jugando con dinosaurios

A este centro de interpretación, que es una subsede de Dinópolis y que se halla situado en Peñarroya de Tastavins, se viene a saludar a los huesos originales de un Tastavinsaurus sanzi, un dinosaurio que habitó en la zona hace millones de años. Además, se disfruta con juegos, audiovisuales y una reproducción de un yacimiento.

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